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Columna
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Una ocasión de oro para Podemos

El partido que lidera Iglesias puede reinventarse, modificar su naturaleza para dejar de ser una enmienda a la totalidad y convertise en un proyecto creíble

Xavier Vidal-Folch
El secretario general de Podemos, Pablo Iglesias, en una imagen de archivo.
El secretario general de Podemos, Pablo Iglesias, en una imagen de archivo.Emilio Naranjo (EFE)

Con un Gobierno de coalición en ciernes, a Podemos —o sea, a Unidas Podemos— se le presenta una ocasión de oro. No solo por la posibilidad iniciática de tocar poder, algo que obviamente interesa a todos los políticos.

Sino sobre todo de reinventarse, de recrearse, de modificar su naturaleza para dejar de ser una enmienda a la totalidad y convertirse en un proyecto creíble. Ya se refundó cuando se transmutó de secreción del movimiento indignado del 15-M a partido político convencional de maneras anticonvencionales.

En realidad, hace tiempo que ha iniciado su viaje a la calidad pragmática de formación política capaz de gobernar y, por ende, a ese tipo de partidos que son pilar del sistema: porque “expresan el pluralismo político, concurren a la formación y manifestación de la voluntad popular y son instrumento fundamental para la participación política” (artículo 6 de la Constitución).

Ese viaje hacia una socialdemocracia taxativa se inició tras su clamorosa irrupción, hace ahora cinco años, en las elecciones al Parlamento Europeo. Del disparatado programa enhebrado para la ocasión no queda afortunadamente casi nada: el conocimiento del mundo real, el aprendizaje comparado de Syriza en Grecia y la experiencia en la gestión local y autonómica de sus confluencias le ha servido para eliminar el grueso de sus aristas.

Comparen, si (legítimamente) dudan, aquel programa que debelaba el régimen de 1978 y pretendía nacionalizar casi hasta las taquillas de los ciegos con el mejor argumentario de Pablo Iglesias. El que lanzó en el debate televisado del 22 de abril, apelando una y otra vez a artículos concretos de la Constitución: el 31, para razonar la progresividad fiscal; el 35, para ahondar la igualdad salarial de género; el 47, para la política de vivienda; el 128, para un uso social de la riqueza individual...

Le queda ampliar su entusiasmo constitucionalista a los artículos de la Carta Magna que no versan directamente sobre la cuestión social: el respeto al modo y la jefatura del Estado; a la economía social de mercado; a la distribución competencial... Se puede gobernar con la bandera republicana o con el lazo amarillo en las tripas: pero no en la solapa.

Y le queda, sobre todo a su líder, acabar de asumir que ampliar la audiencia no va de eliminar de la foto a todos los demás, como ha hecho con todos sus colegas fundadores relevantes, al modo de Stalin con Trotski. Sino de escuchar, apoyar, colaborar, convencer, compartir. De ejercer la virtud de la lealtad.

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