“Vine aquí porque te inspiras profundamente y te encuentras muchos amigos que te apoyan en cualquier situación complicada. Aprendemos a trabajar en equipo y a superar cualquier situación difícil. He nacido aquí y he pasado muchos años de mi vida en Ucrania, y la amo con todo mi corazón. De mayor, quiero convertirme en jugador de fútbol”. Danylo Satsuk, 12 años.
-- "Ahora hay una guerra”. Esta frase, escrita en el cuaderno de uno de los niños que acuden a los campamentos de educación patriótica de Ucrania, es la realidad y se trata de una realidad determinante. La guerra que con distintas fases de intensidad transcurre en el este del país desde 2014 destruye lo que en otras circunstancias podría ser considerado un juego y juzgado como tal, ya fuera desde posturas pacifistas abstractas o desde ópticas formadas en países prósperos, en democracias consolidadas incapaces de imaginarse contiendas civiles o con Estados vecinos expansivos y con complejos de “hermano mayor”. En los campamentos Lider y Ranger, los niños plasman el mundo que les rodea. Dibujan fusiles, tanques, ambulancias y camillas. Sueñan con un país en paz, con poder leer y escribir en su propia lengua, con vivir su propia vida. Aman los animales, la piscina y a los cosacos, y quieren menos basura y menos contaminación, mejores carreteras y un futuro digno. Su pesadilla es ser capturados, convertidos en rehenes y asesinados. No glorifican las armas, las toman y aprenden a manejarlas como forma de defenderse y sobrevivir.
Texto de Pilar Bonet