Cincuenta libras
Alan Turing será el rostro de “la divisa de las élites corruptas”
Y después de todo, ¿quién querría ser Alan Turing? Fue uno de los grandes científicos del siglo XX, es cierto, y estar dentro de su cráneo siquiera por 10 minutos sería una experiencia inolvidable e iluminadora. Pero su vida, corroída por la II Guerra Mundial, su intervención esencial en cuestiones de alto secreto como el descifrado del código de los submarinos alemanes, y la consiguiente represión por el mismísimo Gobierno al que tanto había ayudado a ganar la guerra, se puede describir mejor como un infierno terrenal. La reina Isabel tuvo que disculparse —concederle el perdón, en la jerga— por haberle condenado en 1952 por “grave indecencia” (es decir, homosexualidad) y por haberle castrado químicamente en consecuencia. Pero eso ocurrió 60 años después, con Turing bien muerto y enterrado desde hacía más de medio siglo. Después de todo, ¿quién querría ser Alan Turing?
El gran matemático era sin duda un producto de Cambridge, una universidad que estimula a sus estudiantes a penetrar hasta la médula de las cuestiones esenciales. No sé cuánta gente habrá cambiado el mundo con un paper (artículo científico), pero Turing lo hizo con el suyo de 1936 Sobre los números computables, con una aplicación al Entscheidungsproblem. Así de estimulantes eran los títulos en la época. Entscheidungsproblem se suele traducir como el problema de la decisión, aunque ya sé que eso no ayuda mucho a entender el fondo de la cuestión. El problema aquí es encontrar un algoritmo, o procedimiento repetitivo, que pueda responder sí o no a cualquier pregunta, o al menos a una amplia clase de preguntas. El número de pasos repetitivos del algoritmo debe ser finito, desde luego, porque nadie, persona o máquina, puede esperar una eternidad para hallar una respuesta. ¿Te suena esto? La solución de Turing al Entscheidungsproblem es el fundamento de nuestros ordenadores, que en la época se llegaron a llamar “máquinas de Turing”.
Como se narra de forma solvente en Descifrando enigma, de 2014, y con dos de mis actores británicos favoritos, Benedict Cumberbatch y Keira Knightley, el reclutamiento de Turing en Bletchley Park marcó el resto de su vida profesional y personal. Bletchley Park era la instalación del Gobierno británico dedicada a la criptología durante la II Guerra Mundial. Turing y sus colegas lograron descifrar allí los códigos secretos de la Alemania nazi (Enigma), que habían resultado impenetrables hasta entonces. Hay expertos que calculan que esa contribución de Turing salvó millones de vidas y acortó en dos años aquella guerra aniquiladora y también reveladora de los ángulos más tenebrosos de la naturaleza humana. Y el propio Turing acabó sufriéndolos en su propia carne, y por parte de la mismísima gente que debería haberle protegido.
En un alentador requiebro del destino, Turing va a ser el nuevo rostro del billete de 50 libras (esterlinas, no de las de Facebook). Faltan un par de años para verlos en circulación, pero la decisión está tomada y Turing ha ganado a dos competidores de gran altura, como son Rosalind Franklin, la tercera descubridora de la doble hélice junto a Watson y Crick, el célebre físico Stephen Hawking y la pionera de la computación Ada Lovelace. Está claro que la casa de la moneda británica estaba por un científico, y te confieso que me produce cierta envidia la cantidad de ellos que tiene para escoger. La verdad es que los billetes de 50 libras tienen allí la misma fama que los nuestros de 500 euros, que se resume como “la divisa de las élites corruptas”. Pero, bueno, algo es algo.
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