Japón, rendirse al viaje
Un arquitecto y una periodista viajan a Japón tres veces a lo largo de 25 años. El resultado son tres maneras de ver un único país y un libro: 'Diarios de Japón'
El arquitecto Javier Mozas se mira en el espejo del tiempo: “Ahora me importa más el fondo que la figura. No entiendo el edificio sin su entorno y necesito tiempo para comprenderlo, percibir su atmósfera, su ritmo, el paisaje que lo rodea. No aspiro a completar la lista, no tengo prisa, quiero volver”, escribe tras su tercer viaje a Japón. El segundo quedó anotado en su diario del año 2004: “Fuimos y volvimos de Tokio a Sendai en una mañana solo para ver la Mediateca de Toyo Ito. Los trenes de alta velocidad permiten tales alardes que no podría decir cómo es Sendai. Lo mismo nos ocurrió al visitar Kanazawa. Vimos el museo de SANAA pero ignoramos la ciudad. Eran los tiempos del ‘deprisa, deprisa’: llegar, fotografiar y volver”.
La periodista Aurora Fernández y el arquitecto Javier Mozas fundaron hace ocho años un equipo de investigación para analizar temas urbanos, cívicos y arquitectónicos en publicaciones sin publicidad. Su objetivo –ellos mismos lo explican en el manifiesto que puede leerse en su web A+T, es sembrar la duda. Parten, eso sí, de una única certeza: la conexión entre arquitectura, ciudad y ciudadanos. El resto lo cuestionan.
Dos viajes en distintas épocas del año, en solitario durante la primavera de 1995, y juntos en otoño de 2004, anotados en los diarios del arquitecto Javier Mozas y repensados con el paso del tiempo. Y un tercero, de nuevo juntos, el año pasado, planificado pero sosegado, sirven para revelar tanto los cambios en Japón y en la arquitectura como su propia transformación como observadores, viajeros y editores.
Así, el fastidio de visitar Katsura en grupo da paso a una reflexión sobre la velocidad del viaje y la intensidad de las vistas. Son muchos los viajeros que han fotografiado la Villa Imperial de Kioto desde que Bruno Taut viviera en Japón huyendo del régimen nazi. Cada manera de ver obedece a un tiempo. Y en el tiempo de Mozas y Fernández los jardines van sustituyendo a los edificios. Así, el proceso de despojamiento se convierte para Fernández en lo más fascinante del viaje. Es difícil reconocer a la joven Kazuyo Sejima de la comisaría de Tokio (1994) en el Museo de Arte Contemoporáneo, que ella y Nishizawa levantaron en Kanazawa. Mozas concluye que el método Ito son los “mordiscos curvos a los pasteles cuadrangulares” mientras que el método Sejima consistiría en “repartir el programa en habitaciones separadas”.
El editor acaba pidiendo a los arquitectos que se alejen de la moda y las novedades para contemplar lugares por encima de edificios. Los edificios de Tokio se renovaban hace décadas cada 26 años —según la tradición marcada por la reconstrucción periódica del Santuario de Ise, apunta Mozas—. Por eso al viajero le costará reconocer y, en Japón, debe tratar de partir de cero.
Así, Mozas y Fernández señalan que en este libro han intentado “evitar la incontenible fascinación por el exotismo que produce la cultura japonesa y que, en su lugar, el acercamiento ha sido natural, sin deslumbramientos”. Pero tal vez lo natural sea precisamente deslumbrarse y fascinarse por lo ininteligible tanto como descansar en el refugio de lo inteligible. Como apunta Fernández, la sorpresa puede estar en un edificio, en una calle o en el mando del aire acondicionado. Y puede que lo natural sea dejarse llevar, fascinarse, inquietarse y hasta desorientarse.
En este último viaje, en Kobe, las viviendas Rokko I y II, de Tadao Ando, levantadas en los años 90 que, como indica el arquitecto, “contraponen la lógica de la arquitectura a la de la naturaleza” contrastan con el Museo de Arte de la isla de Teshima, donde Nishizawa ideó un edificio como el cráter de un volcán en el que es necesario entrar descalzo, sin móvil y en silencio. Del fastidio a la disposición. He aquí una guía para viajar con contenidos y actitud. Para disfrutar del viaje con o sin asombro.
Babelia
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