La lista más vetada
Lo sucedido en 2016 y ahora en 2019, con la amenaza de nuevas elecciones, después de un estresante año electoral, anima a tocar el artículo 99 aunque sin abrir el melón de la reforma constitucional
El debate de la reforma constitucional para favorecer una investidura de la lista más votada merece algo más que las urgencias del presidente Sánchez, que está a diez días de someterse a la investidura pero aún parece lejos de poder presentarse con una mayoría y no como la lista más vetada. En esto, como en casi todo, Sánchez ya no es el que era. En 2015 defendía otra cosa: “Lista más votada no es sinónimo de mayoría. En el mundo conocido no hay más democracia que la representativa”. En todo caso, lo sucedido en 2016 y ahora en 2019, con la amenaza de nuevas elecciones después de un estresante año electoral, anima a tocar el artículo 99 aunque sin abrir el melón de la reforma constitucional: si no hay una mayoría, anteponer la gobernabilidad con la lista más votada frente a las coaliciones negativas que obliguen a volver a las urnas. Con todo, una reforma así necesita mucho consenso, que es precisamente lo que no hay. Resulta irónico que Sánchez no logre el voto de la mitad de la Gámara y hable de una reforma que requiere 3/5. Mal asunto bajo el clima de vetos cruzados y líneas rojas trazadas por el sectarismo.
Hay otras posibilidades y deberían explorarse, como el bonus de 50 escaños o la segunda vuelta. Con el bonus, modelo defendido por el PP que no exige retocar la Constitución ya que el artículo 68 contempla hasta 400 diputados, ahora Pedro Sánchez tendría 173; y, aunque seguiría necesitando los 42 de Podemos, al menos sumaría una cómoda mayoría absoluta. Claro que la ley de proporcionalidad reforzada, que ha funcionado en Grecia o Italia, puede favorecer la concurrencia en lista única de la izquierda versus la derecha, tendiendo al bipartidismo en forma de bibloquismo. La segunda vuelta, ante la falta de mayorías absolutas, tiene más impacto: tras una primera votación para conformar la Cámara en el Congreso o la corporación en cada Ayuntamiento, se le daría a los ciudadanos la capacidad de elegir al presidente y alcalde evitando el mercadeo persa al uso. En definitiva, elegir entre Sánchez y Casado en este caso, sin que Iglesias pida ministerios o Rivera vete a bríos, y sin depender del mercadeo con partidos antisistema o anticonstitucionales.
El descontento de la sociedad con la clase política —en el CIS ha vuelto a marcar un récord la percepción de que constituyen un problema— obedece a causas complejas, pero sin duda el pasteleo de los pactos —¡el pacteleo!—. es una de ellas. Y es probable que antes o después los ciudadanos, en las urnas, rompan la baraja multipartidista para regresar al denostado bipartidismo imperfecto que les ahorraba algunos dolores de cabeza. En todo caso, puesto que tener Gobiernos más estables es deseable, hará bien Sánchez en proponer un pacto de Estado. Para eso, claro, antes tiene que ser investido. Antes de ir al lío de la lista más votada tiene que superar el lío de ser la lista más vetada.
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