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Antoine Griezmann, durante el Atlético-Valencia del 4 de febrero de 2018, en el que se encaró con el público del Wanda.
Antoine Griezmann, durante el Atlético-Valencia del 4 de febrero de 2018, en el que se encaró con el público del Wanda.Getty

Griezmann: deseado sí, querido no

Borja Hermoso

El internacional francés, que deja el Atlético por el Barça, es un diamante en el mercado del fútbol pero es abucheado de forma recurrente

EN LA TEMPORADA 2010-2011 y en un partido en Anoeta contra el Deportivo, Antoine Griezmann marcaba de cabeza su primer gol como jugador de la Real Sociedad. Loco de contento, el delantero francés corrió hasta las vallas publicitarias, las saltó, se subió a un coche que ejercía de reclamo publicitario en el fondo sur del estadio y empezó a hacer como que lo conducía. Curiosa celebración. El chico venía pegando.

Los seguidores txuri-urdin estaban frenéticos con aquel Tintín de 19 años que se cambiaba el peinado cada domingo y prometía grandes tardes para la Real (como así fue). Lástima que al acabar aquella temporada, y en un amistoso contra el Brest francés —también en Anoeta—, el público abucheara sin compasión a su ídolo. En el transcurso de una entrevista, Griezmann se había dejado querer por el Atlético de Madrid y había reconocido que le gustaría cantidad jugar en el equipo colchonero (como así fue también).

Resulta que la de la Real no es la única hinchada que ha pitado al extraordinario delantero francés. De hecho, hay que decir que casi todas la han tomado en un momento u otro con el chico con cara de querubín amamantado en la cantera de Zubieta. La del Athletic Club de Bilbao no podía con él porque a Griezmann le gustaba decir que no le importaba nada el equipo de San Mamés, que era como si no existiera. Bueno, y porque solía meterle goles al Athletic. La del Real Madrid tampoco, sencillamente porque el chico jugaba en el Aleti. Los radicales del Getafe casi se lo comen cuando el delantero besó una ikurriña tras marcar un gol en el Coliseum Alfonso Pérez. Y la del propio Atlético ha cargado contra él con saña varias veces.

La primera, en el verano de 2017, después de que Griezmann dejara caer la posibilidad de marcharse al Manchester United. La segunda, en noviembre de aquel mismo año, en un Aleti-Madrid que suponía el octavo partido seguido de Griezmann sin marcar. La tercera, el 4 de febrero de 2018, en un partido contra el Valencia en el Wanda, después de que el jugador se encarara con el público, que a su vez le había afeado el hecho de parar un contraataque en vez de intentar convertirlo en gol (pero cualquiera que sepa un mínimo de fútbol acertará a entender que de esto no tiene la culpa Griezmann, sino el Cholo Simeone). Y la cuarta y más traumática, el 20 de mayo de 2018. Atlético-Eibar. Los hinchas rojiblancos silbaron a Griezmann hasta hacerle llorar. El Camp Nou le pitó con estruendo el pasado 6 de abril. El año anterior, y tras un alocado psicodrama, el internacional francés había acabado desestimando una oferta del Barça. De ahí el jaleo. Pero el jaleo sigue. Resulta que —ahora sí— parece que jugará al fin en el Barcelona, salvo hecatombe nunca descartable. Sin embargo, parece ser que en el vestuario culé no se ha olvidado el desaire de hace un año. Y que no está tan clara la bienvenida.

Podría concluirse que a Antoine Griezmann, una estrella mundial del fútbol, pero no de la psicología deportiva, todos lo quieren en su equipo y, al mismo tiempo, nadie le quiere. Es un futbolista deseado, pero no querido. Un astro sin estrella. Un as con aire de melancolía. Igual se ha ganado a pulso las dos cosas. Lo primero, con sus goles. Lo segundo, con sus patinazos.

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Sobre la firma

Borja Hermoso
Es redactor jefe de EL PAÍS desde 2007 y dirigió el área de Cultura entre 2007 y 2016. En 2018 se incorporó a El País Semanal, donde compagina reportajes y entrevistas con labores de edición. Anteriormente trabajó en Radiocadena Española, Diario-16 y El Mundo. Es licenciado en Periodismo por la Universidad de Navarra.

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