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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La ruleta del 10 de noviembre

La repetición de las elecciones generales es un escenario tan irresponsable como verosímil

Pedro Sánchez, en Madrid, el 3 de julio, en la recepción a los representantes del movimiento LGTBI.
Pedro Sánchez, en Madrid, el 3 de julio, en la recepción a los representantes del movimiento LGTBI.Victor J Blanco (GTRES)

Las elecciones generales están previstas el 10 de noviembre. Cuesta trabajo asimilar la noticia, encontrarse al fondo de la urna el síndrome de Estocolmo, pero ocurre que Pedro Sánchez ha subordinado la fecha de la sesión de investidura a la expectativa del adelanto electoral, más todavía cuando la indolencia negociadora -dos meses de pasividad marianista- y la euforia favorable del CIS estrangulan la moral y la demoscopia de sus aliados eventuales.

La derrota de la investidura, el sabotaje en propia meta, serían precursores de un desquite electoral. Sánchez perdería para ganar. Y devolvería al PSOE un desconocido vigor parlamentario. Necesitaría otra vez exponerse al tetris de los pactos y de los faroles, pero lo haría desde una posición de fuerza. Y asumiría un desencuentro inevitable con los partidos soberanistas. No ya porque la sentencia del Supremo en el caso del procés sobrentiende un cisma político imposible de reconstruirse, sino porque la designación de Josep Borrell como ministro de Exteriores de la UE neutraliza la salida al mar del victimismo independentista.

No tiene sentido que Sánchez asuma un pacto implícito o explícito con el azufre del soberanismo sabiendo que la letra pequeña de la liaçon aloja una bomba de efecto retardado, ni le alcanzan los números de la investidura con otras fórmulas de equilibrismo parlamentario, razones suficientes para concederse una operación de riesgo controlado el 10 de noviembre.

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La encuesta del CIS, oportunista, subordinada al marco negociador de Moncloa, representa un estímulo inequívoco, empezando por el poder de intimidación que aspira a ejercer el sondeo hiperbólico de Tezanos sobre las fuerzas políticas más damnificadas por la frivolidad de las elecciones anticipadas. No se las pueden permitir Unidas Podemos, de forma que Iglesias parece resignado a capitular de sus ambiciones ministeriales, o constreñido a someterse al planteamiento extremo de Pedro Sánchez: investidura en julio o elecciones en noviembre.

No asusta ninguno de los escenarios a Albert Rivera. De hecho, “el informe Tezanos” demuestra que la estrategia del antisanchismo le funciona a Ciudadanos, le permite incluso especular con el sorpasso al PP y le concede un asiento privilegiado en la mesa de la ruleta del 10 de noviembre.

La tentación de convocarlas en la eterna interinidad es un ejercicio de temeridad, cuando no el desenlace caprichoso de una fallida investidura a domicilio. Quería Sánchez que se la trajeran hecha a casa los demás socios y rivales. Y se ha abstraído de las negociaciones durante dos meses con la pantalla de la agenda internacional. O con la comodidad que le proporciona un escenario polifacético de victoria. Si consigue la investidura, nadie podrá moverle la silla durante cuatro años. Y si no la consigue bailará en la azotea de Ferraz la noche del 10 de noviembre.

 

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