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Columna
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Ruletas rusas

La nueva política ha heredado lo peor de la antigua, al ser la ludopatía de los jóvenes lobos mucho más destructiva que la de los viejos dinosaurios bipartidistas

Enrique Gil Calvo
Pedro Sánchez y Pablo Iglesias en el palacio de La Moncloa.
Pedro Sánchez y Pablo Iglesias en el palacio de La Moncloa. Samuel Sánchez

Seguimos en plena crecida de la ludopatía política, con los partidos engolfados en el juego de la lucha por el poder a cualquier coste con total desprecio por las demandas de sus representados. La última moda es el juego de la ruleta rusa, en el que nuestros líderes apuestan todo su capital en el empeño de acabar con sus rivales al precio de jugarse el interés general. El paradigma lo personifica Rivera, que prefería entregar Barcelona a ERC con tal de dañar al PSC. Y ahora hace lo mismo contra su antiguo aliado Sánchez, al que arroja en brazos del secesionismo como si prefiriese una España rota (y parda, cuando Cs suma con Vox) antes que roja. Pero no es el único ludópata, pues también Sánchez e Iglesias juegan a la ruleta rusa.

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El presidente está empeñado en impedir el acceso de Podemos al Gobierno, para lo que no duda en mendigar la abstención del centro derecha en su investidura, amenazando en caso contrario con la ruleta rusa de unas nuevas elecciones. Y lo dice quien hizo bandera del “no es no” cuando su antecesor se encontraba en la misma tesitura. ¿Cómo se explica tamaña incoherencia? ¿Tanto miedo le tiene a Pablo Iglesias que está dispuesto a forzar la repetición electoral con tal de vetarle? Es verdad que el líder de Podemos resulta tan temible como Rivera, como demuestra que también le abandonen sus antiguos socios. Y no hay duda de que un Gobierno controlado por los comisarios políticos del pablismo terminaría como el rosario de la aurora. Ese fue el destino de Manuela Carmena, cuyo mandato resultó un infructuoso calvario por el constante boicot de los ediles podemistas. Pero no hay por qué temer al lobo feroz, pues una vez investido presidente, aunque fuese al precio de ministros pablistas, Sánchez siempre podría forzar una crisis ministerial y seguir gobernando después en solitario.

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Más inexplicable resulta la enfermiza obsesión de Iglesias con las poltronas ministeriales, por cuya okupación chantajea a Sánchez con la ruleta rusa del no a su investidura. ¿Por qué desea tanto Iglesias ser ministro, en flagrante contradicción con el espíritu del 15-M? ¿Por puro arribismo pequeñoburgués, como los neofranquistas de Vox que suspiran por concejalías? Bien podría ser, visto el precedente del chalé de Galapagar. Pues, como entonces, también ahora se blanqueará recabando la complicidad de sus bases mediante un plebiscito a la búlgara. Pero creo que la explicación es el miedo como en el caso de Sánchez. Iglesias necesita carteras ministeriales porque siente pánico a que la nave de Podemos se hunda definitivamente, si no logra salvarla in extremis del naufragio mediante algún púlpito ministerial y el reparto de cargos a la militancia. Y es que la nueva política ha heredado lo peor de la antigua, al ser la ludopatía de estos jóvenes lobos mucho más destructiva que la de los viejos dinosaurios bipartidistas. Definitivamente, como acusaba el 15-M, tampoco estos nos representan.

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