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Columna
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Ludopatía política

Es la lógica del jugador que preside la competición por el poder en esta época de populismo electoral

Enrique Gil Calvo
Ernest Maragall (ERC) se dirige a Miquel Iceta (PSC) durante una sesión en el Parlament.
Ernest Maragall (ERC) se dirige a Miquel Iceta (PSC) durante una sesión en el Parlament. M. MINOCRI

ERC lo ha vuelto a hacer. Desmintiendo su presunto pragmatismo dialogante, ha vetado a Iceta como primer presidente catalán del Senado, lo que prefigura el bloqueo de la investidura de Sánchez. Con ello ya es la tercera vez (tras forzar la DUI en octubre del 2017 y su reciente rechazo de los Presupuestos) que ERC toma la iniciativa de bloquear el conflicto catalán. ¿Por qué lo ha hecho? Alguien ha citado “el gen de Esquerra”, como si su destino congénito fuera la compulsión rupturista. Pero, sin caer en esencialismos, cabe imaginar otras razones a ras de suelo algo más simplistas. Es posible que todo se deba al más burdo electoralismo, que no ha sabido resistir la tentación de anotarse un tanto marcándole un gol al PSC en toda la escuadra.

El electoralismo es una perversión de la democracia representativa que implica la inversión de los fines por los medios. No se trata de ganar elecciones para gobernar sino de gobernar (o hacer política) para ganar elecciones. Y así el juego electoral se independiza de sus resultados prácticos para autonomizarse cobrando vida propia como un autosostenido fin en sí mismo, en una continua espiral de acción y reacción con intercambio de jugadas maestras. Por eso el jaque de ERC debe verse como un ajuste de cuentas en respuesta al previo tanto que Sánchez se marcó por sorpresa, al designar prematuramente a Iceta como presidente del Senado. Y al verse en desventaja, ERC aprovechó la ocasión de devolver el golpe sin medir sus consecuencias perversas para la resolución del conflicto catalán. A lo que Sánchez respondió a su vez con el doble nombramiento de Cruz y Batet: si no quieres caldo toma dos tazas, pues quien ríe el último ríe dos veces.

Es la lógica del jugador que preside la competición por el poder en esta época de populismo electoral. Pues la democracia no es un mercado, como postuló Downs y profesa el marketing político, sino “el único juego en la ciudad”, como Linz acuñó en contraposición a la lucha armada. Pero lo que Linz no podía saber es que esa competición deportiva entre caballeros, jugada con reglas de fair play, se convertiría en una pelea a cara de perro entre tahúres marrulleros y ludópatas políticos adictos al más ventajista juego sucio, dispuestos a jugarse en el tapete su honra, su política y su partido. Lo que habría de confirmar Bourdieu al definir la democracia como un campo de lucha y un campo de juego, autónomo e independiente del ejercicio del buen go-bierno, cuya única regla es “jugar el juego” caiga quien caiga. Un juego presidido además por la aleatoriedad del azar electoral.

De ahí el éxito de ludópatas irresponsables como ciertos políticos oportunistas que no dudan en cambiar de aliados y hasta de bando con tal de apuntarse un tanto con total desprecio por las consecuencias políticas. Como Gabriel Rufián, el tahúr en punta de ERC, quien en su intercambio de lances con Arcadi Espada, que le reconoció su coherencia como golpista al “comerse las pollas de golpe”, no dudó en reírle la gracia machista. ¿Deportividad? No: ludopatía política. Son los yonquis del voto.

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