Lo que hay que hacer según los jóvenes para que ir a la escuela no sea un castigo
La escasa capacitación de los profesores y la falta de infraestructuras son algunas de las barreras que lastran el acceso a la educación, clave en la lucha contra la desigualdad
Lucas Odhiambo creció pensando que la pobreza de la barriada de infraviviendas en la que había nacido era la normalidad. Cuando se dio cuenta de que allá fuera había una realidad totalmente distinta, empezó a estudiar mucho con un único objetivo en la cabeza: dejar atrás el slum de Mathare, en Nairobi. Pero, ahora que ha conseguido salir de la barriada, no se ha mudado muy lejos y sigue volviendo cada día para asegurarse de que todos los jóvenes puedan ir a la escuela y tener las mismas oportunidades que él tuvo.
A sus 27 años, el joven defensor de Unicef se ha dado cuenta de que aún existen muchos obstáculos que impiden el acceso universal a la educación, mas la solución no hay que buscarla solo en las aulas. “Es también social: es necesario acabar con la pobreza”, explica en Bruselas, donde participó en las Jornadas Europeas de Desarrollo los días 18 y 19 de junio.
En Mathare, viven hacinados alrededor de medio millón de habitantes. Odhiambo ocupaba junto con su familia, compuesta por seis personas, una casa de cuatro metros cuadrados, sin aseo, ni agua corriente, ni electricidad. Empezó la Primaria con unos cincuenta niños como compañeros de clase, con los que compartía pupitre de cuatro en cuatro. Solo una decena de ellos pasó a secundaria, en su mayoría chicos. Apenas dos fueron a la universidad.
“Todo era un desafío. En la barriada no hay escuela pública, así que los vecinos se organizan y buscan a alguien que hable inglés para ejercer de profesor, incluso sin tener la formación adecuada”, cuenta el keniano. “Me tenía que saltar muchos días de clase para ir a trabajar con mi madre, que producía alcohol casero y lo vendía. Yo me encargaba del transporte, ya que, al llevar el uniforme escolar, corría menos riesgo de que me revisaran la mochila y lo encontraran”. Aún así, logró seguir adelante, a pesar de que el trabajo infantil sea una de las principales causas que alejan a 264 millones de niños de la escuela.
La gestión de la higiene menstrual y la excesiva carga de trabajo doméstico alejan a las chicas de las aulas en las zonas rurales de Ghana
Odhiambo se siente afortunado por haber recibido siempre el apoyo de la familia, que insistía en la importancia de que estudiara. “Soy consciente de que la educación primaria, pese a ser gratuita en teoría, en la práctica esconde muchos gastos, entre el coste del uniforme, la comida, los exámenes… Pero la educación tiene que ser un derecho, no un privilegio”.
Para lograrlo, asegura, hace falta invertir en la capacitación de los profesores e involucrar a la comunidad en la búsqueda de soluciones. “También es importante mejorar la infraestructura, así no sientes que cuando vas a escuela es un castigo, sino que se trata de un sitio seguro”, agrega.
Clases bajo un árbol
La capacitación de los profesores es otro punto clave, según la ghanesa Akosua Peprah, una de los Jóvenes Líderes seleccionados por la Comisión Europea para participar en las Jornadas Europeas de Desarrollo. “Los enseñantes solo se centran en los mejores o en los que provienen de familias ricas, dejando de prestar atención a los demás”, lamenta.
Nacida en una zona rural de Ghana hace 26 años, conoce de primera mano los problemas a los que tienen que enfrentarse las niñas, desde los peligros de recorrer un largo camino hacia la escuela hasta deber compaginar los estudios con una pesada carga de trabajo doméstico. “Cuando tuve la regla por primera vez, nadie me dijo qué hacer. Mi familia no podía permitirse la compra de compresas y me tocaba usar trapos. Nunca sabes si se te van a caer o te vas a manchar, por eso muchas de mis compañeras dejaban de ir a clase durante el ciclo. Iban acumulando retrasos en el aprendizaje y no eran capaces de recuperar las lecciones perdidas, hasta que decidían abandonar la escuela”. Y una niña fuera de las aulas es una niña más expuesta a embarazos tempranos.
Peprah es la fundadora de la Fundación Mmaakunim, una empresa social con el objetivo de educar, crear oportunidades y poner recursos a disposición de las mujeres marginadas en Ghana, que, entre otras actividades, se encarga de la distribución mensual de materiales sanitarios. En el norte del país, donde trabajan, las chicas estudian un promedio de cuatro años, tres menos que el resto de regiones, según datos de Unicef.
“En este siglo, aún hay niños que van a la escuela debajo de un árbol”, señala Peprah. “En las zonas rurales de Ghana, por ejemplo, no aprueban porque se les pide que usen un ordenador… algo que no han visto nunca”. Las nuevas tecnologías, sin embargo, pueden ayudar a solucionar en parte también la escasez de profesores que se registra en varios países africanos, combinando clases presenciales con enseñanza a distancia.
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