Peste
Sánchez no puede ni rozarse la ropa con ninguno de los tres miembros de esa unidad de destino en lo universal que ha resucitado el fascismo en España


Cuando me lo contaron me pidieron que no lo difundiera, pero hoy tengo la obligación de hacerlo. Dos días después de las municipales, Villacís, la oscura vicealcaldesa de Almeida, podría haber sido alcaldesa de Madrid. Más Madrid y el PSOE le ofrecieron sus votos para que el PP no trajera a Vox de la mano a las instituciones madrileñas. El pacto era tan barato que al principio no entendí tanta generosidad. Me parecía un mal negocio ceder la alcaldía a cambio del compromiso de respetar cinco o seis proyectos del legado de Carmena, de esos que ahora dicen que se van a cargar y que luego no podrán suprimir, porque los recursos van a durar más de cuatro años. Ciudadanos no aceptó, ni siquiera consideró la oferta con detenimiento. Ya habían elegido formar parte de un Gobierno que nadie debería llamar de centroderecha, porque el centro no se ve por ninguna parte. En Madrid va a gobernar la derecha con la extrema derecha. Vox va a obtener concejalías de distrito y, por tanto, formará parte del Gobierno municipal, se ponga Rivera como se ponga. El PSOE debe renunciar de una vez por todas al hipotético apoyo de Ciudadanos, que no solo es un leal escudero, el mozo de espadas del PP, sino que se ha convertido, además, en el trampolín que necesitaba la extrema derecha para ocupar una parcela de poder. La condición de la peste es contagiar, y quien se asocia con un apestado, se apesta. El cordón sanitario entre PSOE y Ciudadanos tiene que conservar su vigencia, pero en dirección contraria. Sánchez no puede ni rozarse la ropa con ninguno de los tres miembros de esa unidad de destino en lo universal que ha resucitado el fascismo en España. Y no sé si alguien leerá esta columna en cualquier otro país de Europa, pero la verdad es que me encantaría.
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