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Columna
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Esquerra convierte sus victorias en derrotas

La formación independentista ha saboreado las mieles de un triunfo extraordinario en el reciente ciclo electoral

Xavier Vidal-Folch
La portavoz del Grupo Socialista en el Congreso, Adriana Lastra, junto al portavoz de ERC, Gabriel Rufián, durante su reunión de la pasada semana en el Congreso.
La portavoz del Grupo Socialista en el Congreso, Adriana Lastra, junto al portavoz de ERC, Gabriel Rufián, durante su reunión de la pasada semana en el Congreso.Javier Lizon (EFE)

Esquerra ha saboreado las mieles de un triunfo extraordinario en el reciente ciclo electoral. Ha ganado en el Congreso (15 escaños), duplicando largamente a sus socios/rivales de la antigua Convergència.

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También se erige en primera fuerza municipalista catalana, desbancando a la hasta ahora líder, otra vez su socia/rival. Y su lista de Barcelona alcanza la primera minoría en el inexpugnable bastión de Barcelona. Solo en las europeas queda peor.

Pero está empezando a convertir estas victorias (en términos de urnas) en derrotas (en clave de influencia política). Pocas veces una potencia tan contundente se troca en una irrelevancia tan sonora. Si ahora logra traducir a dividendos de poder una abstención ante la investidura de Pedro Sánchez quizá matice la tendencia, aunque ni es seguro, ni la cambiará a fondo.

¿Por qué sucede todo eso?

Aventuremos una mezcla de autosuficiencia y de inexperiencia. La gestión del triunfo barcelonés a cargo de su candidato a alcalde, Ernest Maragall, lo expresa. Confundió encabezar la primera lista con un derecho natural a gobernar: soberbia del ganador, trayectoria de un opaco funcionario.

No es solo su culpa. Ha fallado también la estrategia de ampliar la base independentista preconizada por el partido, más sensata que el suicida nosaltres sols posconvergente.

La idea-fuerza era atraer a los votantes comunes de Ada Colau, referendistas pero no indepes. Aunque presentada como un contrato de adhesión: convertirlos a la fe secesionista, no buscar un nuevo contrato entre soberanistas y federales. Se ha comprobado que todas las presiones para imponerlo (impúdicas en el caso del Govern de Quim Torra) han sido inútiles. Lógico, los comunesoptaron por seguir teniendo a Ada, no convertirla en una cri-Ada de señores ajenos.

El episodio ilustra también que la adquisición por Esquerra de ilustres apellidos procedentes de las izquierdas clásicas no es muy gloriosa. Un Maragall pierde la alcaldía por su torpeza, un Comín planta al partido en favor de Carles Puigdemont, cuando obtiene de él mejores rendimientos.

Desde luego que la estrategia esquerrista se revalida —ante los electores— como más realista que la neoconvergente. Pero apenas llegará a nada si no incluye una modulación ideológica, una radical reconsideración autocrítica de los yerros antidemocráticos del procés, una normalización cívica y antirromántica.

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