Que viene Trump
El presidente de Estados Unidos utiliza el odio contra la corrección política para animar a sus votantes a seguir siendo racistas y misógino
No sé si cuando Trump viajaba la semana pasada a Londres había visto la serie, When They See Us, en la que él aparece poco, pero significativamente. Dicen que padece problemas de atención, así que no creo que aguantara los cuatro capítulos, pero a sus oídos llegaría el clamor del alboroto. When They See Uscuenta la historia real de cuatro chavales negros y uno hispano, todos rondando los 15 años, a los que se acusó de haber violado brutalmente en Central Park a una joven corredora una noche de abril de 1989. Los interrogatorios a los que se sometió a los muchachos fueron tramposos con el fin de entregar cuanto antes a la opinión pública la cabeza de unos culpables. Se eludió la prueba del ADN, que no coincidió con el de ninguno de ellos, y se editaron los vídeos de sus declaraciones para construir el relato del crimen. La víctima, Trisha Meili, que estuvo varios días en coma, borró de su memoria la agresión y no pudo reconocer el rostro del violador.
Yusef, Raymond, Korey, Antron y Kevin fueron condenados por asalto, robo, violación e intento de asesinato. A pesar de que se les ofreció algún acuerdo para rebajar sus penas o para que en su momento pudieran optar a la condicional, los cinco de Central Park defendieron tozudamente su inocencia, con un aplomo asombroso para tan tierna edad. Pasaron la adolescencia y primera juventud en la cárcel. En 2002, un recluso, Matías Reyes, confesó ser el violador de Central Park. La investigación se revisó, se comprobó la coincidencia del ADN y los cinco muchachos fueron exonerados de toda culpa. Pero sólo cuando Bill de Blasio asumió la alcaldía de Nueva York se compensó a los jóvenes con 41 millones de dólares, aunque nadie públicamente admitiera responsabilidad alguna.
No deja de sorprender que haya tenido que ser una serie de ficción la que haya hecho reaccionar a una sociedad que, en su momento, con aterradora unanimidad, condenó a los muchachos. Donald Trump aparece en unas imágenes de entonces con su aire de galán hortera, célebre por sus discutidas operaciones inmobiliarias, símbolo de ese Nueva York de millonarios en una ciudad sacudida por la miseria, la droga y el crimen. Declaró en varios programas que ya estaba bien de concederles ventajas a los negros. A veces, confesaba con su verbo simplón, desearía ser negro para disfrutar de tantos privilegios. Estas declaraciones fueron acompañadas de páginas enteras compradas en los principales periódicos de la ciudad exigiendo la pena de muerte y una mayor dureza en el trato policial. Hoy en día, se lamentaba aquel Trump juvenil, las víctimas están desprotegidas y los asesinos campan a sus anchas.
Intuyo que la referencia insultante que dedicó al alcalde de Nueva York, camino de Inglaterra, al decir que Sadiq Khan, el regidor de Londres, era tan tonto como De Blasio, pero más bajo, algo tuvo que ver con el cabreo provocado por esta serie que trata de sacarle los colores. Pero él jamás retrocede. No le importa ser racista, abusivo o misógino. Utiliza el odio contra la corrección política para animar a sus votantes a seguir siendo racistas y misóginos. Una estrategia estudiada para arrebatar los servicios de salud pública a las mujeres pobres y a los niños, la legalidad a los inmigrantes y el trato de igualdad a los negros. Todo responde a un plan. Y viene a Europa, a lo que todavía es Europa, a recoger los frutos del mal que sembró hace tiempo. Maldito aquel que lo sienta a su mesa.
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