La victoriosa derrota de Pablo Casado
El líder popular salva la ruleta rusa gracias a Madrid y al lastre de Podemos en la izquierda
La victoria del PSOE es tan elocuente como la derrota de los populares, pero Sánchez tiene tantas razones para el desconcierto como Casado las tiene para la satisfacción. Es la paradoja invertida a los comicios municipales y autonómicos de 2015. Los dominó claramente el PP, exactamente como ahora le ha sucedido al PSOE, pero el pacto de los socialistas y Podemos invirtió el signo de los gobiernos. Perdía el ganador. Ganaban los perdedores.
Por eso, Casado celebró la victoria en Génova. Recuperaba el PP la alcaldía. Conservaba la Comunidad. Y se protegía a sí mismo de la cuestión sucesoria rodeándose de banderas españolas. Casado ha resistido gracias a un buen mal resultado.
Es la razón por la que el presidente del Gobierno, moderadamente eufórico en el balcón de Ferraz, apelaba al sentido de la responsabilidad de Ciudadanos. Necesita rescatar a Albert Rivera de la foto de Colón. Disuadirlo de los cordones sanitarios. Practicarle un exorcismo. Reclutarlo para los Gobiernos autonómicos que Ciudadanos puede otorgar a la gloria y a la resurrección de Pablo Casado. Ninguno es tan elocuente y significativo como el de la Comunidad de Madrid, decidido in extremis a favor de las derechas, aunque la lista de objetivos sensibles también comprende las comunidades de Murcia, Castilla y León, Aragón y La Rioja.
Es el de Sánchez un ejercicio de voluntarismo. No ya porque Rivera reniega del sanchismo a semejanza de una epidemia, sino porque el partido naranja quiere asumir un papel decisivo en el cambio de inercias. Se trata de repetir la fórmula andaluza. De arrebatarle la capital a Carmena. Y de subordinar el desgaste del PSOE a las tragaderas que requiere juntarse con la ultraderecha.
Más todavía cuando Vox ha perdido fuerza y credibilidad en cuestión de semanas. La modesta resurrección del PP se ha producido gracias el regreso de los arrepentidos a la casa madre. Lo demuestra el reparto de porcentaje de las europeas. Alcanzan los populares el 20%, mientras que los nacional-populistas descienden al 6%, cuatro puntos menos que en las generales.
La reorganización de la derecha es tan llamativa como el lastre en que se ha convertido Podemos. Tan bueno ha sido el resultado del PSOE como catastrófico el de Iglesias en el papel de fuerza gregaria. Y no solo por el caos que ha supuesto la pugna de Madrid, la venganza al errejonismo, sino porque la formación morada se ha disgregado y desvanecido territorialmente. Pablo Iglesias carece de autoridad para postularse al cargo de ministro ni abusar de las presiones de cooperación ejecutiva. Es más, el varapalo del 26-M representa un contratiempo cuya repercusión tendría que cuestionar la idoneidad de su liderazgo y desenmascarar el retroceso que ya había arrojado la formación morada en las elecciones generales.
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