En el baño del dormitorio un espejo refleja los altos techos, generando sensación de amplitud y luminosidad. Y está decorado con plantas, omnipresentes en todo el proyecto.
El gran reto a la hora de reformar esta antigua fábrica catalana de corte y confección fue lidiar con sus dimensiones. Se trataba de un espacio diáfano de 700 metros cuadrados que el propietario quería convertir en un taller artístico con zona de reposo. Arquitectura-G decidió crear distintos ambientes y compartimentos sin fraccionar la nave para conservar su carácter industrial. Optaron por una serie de divisiones que articulan la superficie sin necesidad de puertas: tabiques que no llegan al techo, paneles espejo y sofás-gradas. Los dispusieron de forma que la intimidad aumenta según se avanza hacia el fondo de la estancia, donde está la zona privada. La otra premisa era conservar las huellas del pasado. Para ello se dejaron, por ejemplo, las marcas de la antigua maquinaria, que rompen el blanco de techos y paredes. Respecto a los materiales, el proyecto es muy simple y la única nota de color la pone un verde que recuerda a los balnearios. El resultado es, en palabras de su propietario, un espacio “soleado, tranquilo y sorprendentemente acogedor, pese a su enorme tamaño”.