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Tribuna
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40 años de refugio, claroscuros de cuatro décadas de asilo en España

Ante el alarmante aumento de mensajes xenófobos, es necesario que los líderes políticos actúen con responsabilidad promoviendo la igualdad y la construcción de sociedades inclusivas

Una balsa con más de 200 personas frente a las costas de Libia en septiembre de 2017.
Una balsa con más de 200 personas frente a las costas de Libia en septiembre de 2017.Gabriel Tizón (EFE)

Hoy celebramos el 40 aniversario de la constitución formal de la Comisión Española de Ayuda al Refugiado, más conocida por sus siglas, CEAR. Como en todo cumpleaños es tiempo de celebrar el camino andado, pero sobre todo, la fecha nos empuja a evaluar estas cuatro décadas de asilo en España que van indisolublemente de la mano de la creación y desarrollo de esta entidad.

Porque fue en los años que precedieron la creación de CEAR en los que nuestro país pasó de ser emisor de miles de exiliados que huían de la dictadura, y que se sumaban a los que llevaban fuera de España desde la Guerra Civil, a un país que —con graves carencias y limitaciones— se convirtió en un país de acogida.

Para entender la historia del asilo, es importante revisar nuestra historia reciente y en un día como hoy no podemos dejar de hacer un homenaje a las personas que pusieron en marcha CEAR: Joaquín Ruiz Giménez, Juanjo Rodriguez Ugarte, María Jesús Arsuaga, Carmen de Victory, y a las organizaciones fundadoras que lo apoyaron... Su impulso fue clave para todos los avances que se han conseguido hasta hoy. Este grupo de personas empezaron a trabajar en los años 70 en la clandestinidad, con los riesgos que conllevaba trabajar con la bandera de los derechos humanos en esos años.

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Esto nos recuerda que, aún hoy en día, muchas organizaciones que trabajan en Europa por la vida y los derechos de las personas que huyen están siendo criminalizadas y han comenzado a sufrir persecución y hostigamiento. Parece mentira que 40 años después, siga siendo un riesgo trabajar en favor de los derechos humanos en no pocos países europeos.

Entre los fundadores de CEAR había personas vinculadas a importantes constitucionalistas del momento que estaban trabajando en el diseño de nuestra Carta Magna y lograron que nuestra Constitución incorporase en su artículo 13.4 el derecho de asilo. Otra de las acciones más destacada fue conseguir que España ratificara en 1978 la Convención de Ginebra y el Protocolo de Nueva York, principales marcos internacionales que regulan desde entonces el Derecho de Asilo.

Tras su constitución formal en 1979, CEAR desplegó una gran actividad de incidencia política en los trabajos institucionales y parlamentarios hasta lograr la promulgación de la primera Ley de Asilo en España, aprobada en 1984. Sin duda, la aportación de CEAR fue determinante para que se instaurara en nuestro país un marco legal del derecho de asilo, situándonos al mismo nivel que el resto de países europeos que ya tenían una trayectoria de décadas en esta materia.

Así, en los años que siguieron a la ratificación de la Convención de Ginebra (1951), las personas refugiadas respondían principalmente a dos perfiles: supervivientes de los campos de la Segunda Guerra Mundial y los exiliados del comunismo. Todos ellos blancos, europeos y sin grandes brechas culturales respecto a las sociedades de acogida. Hacia ellos se despertó un doble sentimiento moral: por un lado lástima y por otro solidaridad con quienes luchaban contra la supuesta amenaza que suponía el comunismo para aquella Europa.

A finales de los años 70 llegaron tanto a España como Europa personas procedentes de los países de América Latina que, como en un terrible dominó, iban cayendo en manos de dictaduras militares. Esta vez, por la cercanía cultural, despertaban sentimiento de empatía e incluso de admiración. Asimismo, los balseros del sudeste asiático que escapaban de la represión comunista en Vietnam provocaban una compasión que también llevó a Europa a acogerlos. De hecho, en 1979 España acogió a cerca de 1.000 vietnamitas procedentes de campos de Tailandia, Hong Kong, Filipinas e Indonesia.

Es a partir de finales de los años 80 cuando las políticas comienzan a cambiar de signo. La caída del muro de Berlín (1989) representaba la desaparición de las fronteras internas de Europa, mientras en paralelo se ponía en marcha una frontera externa invisible mucho más potente y amenazadora que permanece hasta ahora: Schengen, aprobado en 1985, pero que no entra en vigor hasta 1995.

En estos últimos años España no ha jugado un papel positivo para mejorar estas políticas de asilo

Ya en los 90, a los solicitantes de asilo se les fue intencionadamente identificando y confundiendo con la inmigración irregular que llegaba a Europa. Desde entonces, la imagen social de las personas refugiadas se deteriora. Se les mira con desconfianza, como ‘posibles farsantes’ que utilizan el asilo de forma fraudulenta para quedarse a vivir en Europa. En aquellos años las persecuciones contra chechenos en Rusia, los tamiles de Sri Lanka o los nativos de Darfur en Sudán estaban presentes en todos los informativos. Pero ya no despertaron reacciones de cercanía, y muy pocos de ellos consiguieron que Europa les diese protección internacional.

Es sin embargo en los años 90 cuando España, con el apoyo de la ciudadanía, acoge en tiempo récord a cerca de 2.500 personas que huyen procedentes de la Guerra de Bosnia, convirtiéndose en un ejemplo a nivel europeo. CEAR, junto a otras organizaciones, es una de las entidades que lidera esta iniciativa. En ese momento llegaban también a nuestro país personas búlgaras, rumanas, peruanas, argelinas, iraníes, pakistaníes, iraquíes o cubanas que veían pidiendo protección. Y también subsaharianos, principalmente desde Liberia y Nigeria. España empieza a ser a partir de esta década un país receptor de personas migrantes.

A principios de esa década, CEAR abre los primeros centros de acogida y en paralelo incide para que el Gobierno español ponga en marcha la Oficina de Asilo y Refugio, que será desde entonces la autoridad encargada de estudiar las peticiones de asilo en España. Y a finales de esa década se vuelve a cumplir otro hito en la historia del refugio en España. En 1999, España acoge a casi 1.500 personas que huían de la Guerra de Kosovo con la más absoluta normalidad y sin ninguna alarma social.

Con el cambio de siglo, el mensaje de desconfianza hacia las personas refugiadas como una amenaza para nuestro bienestar va calando poco a poco. En aquellos años, la “Europa de los valores” apenas hace nada por recibir a los ciudadanos de Haití afectados por el terremoto, en el marco de un contexto de violencia política y de crónica violación de los derechos humanos, ni tampoco a aquellos que provenían del Congo, víctimas de una cruenta guerra civil con más de tres millones de muertos.

Ya entonces, el alto porcentaje de rechazos de solicitudes de asilo en Europa era una tónica general, y en vez de cuestionarse los límites que se estaban imponiendo para el acceso a la protección (lo que suponía en la práctica el incumplimiento de los tratados internacionales), el enfoque se orienta a considerar el asilo un ‘privilegio’ en vez de un derecho. Un estatus casi inaccesible, al que solo podían optar los elegidos, los de verdad, es decir, una minoría.

España debería convertirse en un referente a nivel europeo liderando una nueva forma de enfocar las políticas migratorias

En los últimos años hemos vuelto a vivir nuevas “crisis”, aunque a veces parezca que a quienes realmente afecta es a los países europeos y no a las propias personas que se ven obligadas a huir. La más reciente, la que se produjo en 2015 con la llegada de más de un millón de personas a las costas europeas, principalmente de origen sirio, iraquí, somalí, afgano, pero también de muchas otras nacionalidades.

A pesar de que imágenes como la del niño Aylan han golpeado la conciencia de toda Europa, y que cada año los muertos se cuentan por miles en el Mediterráneo, la respuesta que ha dado Europa ha sido la de alejar lo máximo posible a quienes buscan refugio a través de sus políticas de control migratorio y de externalización de fronteras, firmando acuerdos vergonzosos con países que vulneran de forma flagrante los derechos humanos.

Desgraciadamente, en estos últimos años España no ha jugado un papel positivo para mejorar estas políticas de asilo. Sin olvidar que la respuesta ciudadana ha sido de plena solidaridad, reclamando en su inmensa mayoría el cumplimento de los acuerdos de acogida a las personas refugiadas.

Así, vemos que el Derecho de Asilo ha sido en las últimas décadas un termómetro certero para medir la situación de los derechos humanos en el mundo. Las nacionalidades de las personas que huyen han ido variando, pero los motivos que les hacen huir siguen repitiéndose: la persecución, la guerra y las graves violaciones de derechos fundamentales.

En los tiempos oscuros que estamos viviendo, corren especialmente malos tiempos para los más vulnerables, y en concreto para las personas que se ven obligadas a huir, a quienes se les ataca, se les criminaliza y se les pretende convertir en los causantes de todos nuestros males. Ante el alarmante aumento de mensajes xenófobos, es necesario que los líderes políticos actúen con responsabilidad promoviendo la igualdad y la construcción de sociedades inclusivas proponiendo medidas para combatir aquellas narrativas que dañan la dignidad, estigmatizan y criminalizan a las personas migrantes y refugiadas al tiempo que amenazan gravemente la cohesión social.

En un contexto tan amenazador para los derechos y las libertades de cualquiera, España debería convertirse en un referente a nivel europeo liderando una nueva forma de enfocar las políticas migratorias, poniendo el foco en las personas, y no seguir avanzando en las erráticas políticas de blindaje de fronteras que han demostrado ser un fracaso.

Nos encantaría decir que tras estos 40 años nuestro trabajo ya no es necesario. Pero desgraciadamente, organizaciones como CEAR hoy son más necesarias que nunca. Y me temo que va a continuar siéndolo muchos años más. El derecho de asilo, al igual que otros derechos, está en riesgo. Y por eso seguimos trabajando cada día. Porque es un derecho que no nos es ajeno, ni es el derecho de otros, sino que es el derecho que tenemos que garantizar para que cualquier ser humano que huye para salvarse encuentre una rendija, y no un muro insalvable, para rehacer su vida en paz.

Carlos Berzosa es presidente de CEAR.

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