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¿Pero qué es la Gala del Met y por qué ni todo el dinero del mundo garantiza una entrada?

Es muy difícil ser invitado, apenas se sabe qué ocurre dentro y la etiqueta es tan estricta como libre: sirva esta breve guía para entender un evento tan sencillo como incomprensible

Lady Gaga en uno de sus múltiples vestidos en la entrada de la Gala Met. En vídeo, la noche del evento.Foto: atlas
Carlos Primo

El pasado lunes 6 de mayo el Metropolitan Museum de Nueva York acogió la Gala benéfica que inauguró su nueva exposición, Camp: Notes on Fashion. Analizamos en qué consiste este evento, y por qué se ha convertido en una demostración de fuerza por parte de la industria de la moda.

¿Qué es?

El Metropolitan Museum de Nueva York cuenta con un departamento dedicado a la historia del traje y la moda, el Costume Institute, que dispone de una colección propia y organiza exposiciones temáticas cada año. Pues bien, este departamento se caracteriza por otro rasgo que lo diferencia del resto del museo: debe financiarse íntegramente por sus propios medios, así que en 1946 sus responsables imaginaron una especie de fiesta de recaudación de fondos que les sirviera para obtener ingresos. Desde hace un tiempo, esa fiesta se celebra durante la inauguración de la exposición temática anual, y consiste en una cena privada amenizada por actuaciones musicales y de entretenimiento. Y, desde 1995, la encargada de organizarlo es Anna Wintour, la directora de Vogue America.

¿Quién asiste y cómo lo consigue?

Aunque las cantidades varían, asistir a la gala del Met cuesta alrededor de 30.000 dólares por cabeza. Sin embargo, eso no significa que todo el que quiera acudir pueda acceder libremente a la venta de entradas. La lista de invitados la confecciona personalmente Anna Wintour y está compuesta por profesionales del sector (diseñadores, ejecutivos, empresarios, estilistas, fotógrafos y modelos), pero también por actores (aproximadamente la mitad) y estrellas de la música, la cultura, el deporte, los medios o la política. Hay ciertas empresas que pagan un precio cerrado por toda una mesa, como si fuera un palco de teatro, pero ni siquiera en ese caso tienen libertad de invitar a quienes quieran: los nombres de los invitados tienen que ser aprobados personalmente con Wintour, que así se asegura, por ejemplo, de que el presidente Donald Trump no aparezca de improviso en la fiesta (así lo aseguró el mes pasado en una rueda de prensa).

¿Por qué es importante para la industria de la moda?

Si aplicáramos al mundo de la moda la misma lógica que rige la industria del cine o de la música, el epicentro del calendario social debería ser una entrega de premios. Y, de hecho, hay eventos bastante respetados, como los British Fashion Awards o los CFDA Fashion Awards, a los que acude la flor y nata del sector. Sin embargo, la Gala del Met es mucho más divertida y, sobre todo, nadie se juega en ella nada más que su propia reputación. Además, congrega a profesionales de todo el mundo, algo importante si se quiere contar con la asistencia de las estrellas de moda italiana, francesa o japonesa. Si a ello añadimos que la persona encargada de la convocatoria es, posiblemente, la mujer más poderosa de la industria (Anna Wintour), la ecuación encaja a la perfección. Wintour, además, propone que otras celebridades ejerzan como anfitriones invitados de la gala. Este año, esos antitriones invitados son Lady Gaga, Alessandro Michele, Harry Styles y Serena Williams.

¿Qué hay de especial en la alfombra roja?

La Gala del Met es un evento de etiqueta black tie (lo que en español se llama "rigurosa etiqueta"), igual que los premios Oscar o los Globos de Oro. Eso significa, generalmente, que los hombres deberían ir de esmoquin y las mujeres con vestido de noche. Sin embargo, si hay alguien a quien le esté permitido saltarse el protocolo es a la propia industria de la moda, que celebra el primer lunes de mayo uno de sus mayores alardes de creatividad y provocación. En los Oscars o los Grammy el objetivo es la elegancia. En la Gala del Met la exigencia está más cerca de las fiestas de máscaras de la aristocracia del XIX o de una competición de drag queens, porque los invitados acuden vestidos con prendas de noche que, de alguna manera, interpretan el tema de la exposición temporal. Es decir, algo así como una fiesta temática, pero de altos vuelos (y de altísimos precios). El año pasado el tema era la indumentaria litúrgica, así que Rihanna llevó una mitra episcopal y Katy Perry se puso unas enormes alas de ángel. Este año el tema es el camp, ese término con el que Susan Sontag describió la fascinación que produce todo lo que aparentemente desborda mal gusto, así que el resultado promete ser una competición de disparates y genialidades. Por una noche, las estrellas no compiten por ser las mejor vestidas, sino las más imaginativas, creativas o extravagantes. Y por eso las reglas que se aplican en la Gala del Met no son válidas en (casi) ningún otro contexto. Salvo, quizás, una pasarela de moda.

¿De qué nos enteraremos?

La Gala del Met es, básicamente, una cena de inauguración. Es decir, que los invitados pueden visitar la exposición antes de sentarse a cenar. Por eso no hay retransmisión en directo del evento, y los fotógrafos se acumulan sobre todo en la primera parte, la de la alfombra roja. Lo que ocurra después, a puerta cerrada, se sigue principalmente a través de las redes sociales, que en los últimos años nos han dejado estampas impagables. El año pasado el protagonismo fue para Gigi Hadid etiquetando en sus stories a Blake Lively (Gossip Girl) para decirle que la echaba de menos. O Jared Leto sacando la lengua en un selfi junto a Alessandro Michele y Lana del Rey. En 2017 incluso hubo un amago de polémica, cuando varios invitados se sacaron fotos fumando en el baño del museo, donde está terminantemente prohibido fumar. Como siempre, lo más interesante de un evento es lo que nadie ha previsto. Así que la clave de la gala de 2019 será, una vez más, el factor sorpresa.

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Sobre la firma

Carlos Primo
Redactor de ICON y ICON Design, donde coordina la redacción de moda, belleza y diseño. Escribe sobre cultura y estilo en EL PAÍS. Es Licenciado y Doctor en Periodismo por la UCM

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