Asiáticos contra chinos
La 'marca país' de los gentilicios se aprecia bien en la publicidad: perfumes en francés, autos en alemán...
Los nombres de países, sus gentilicios y sus lenguas se connotan con los años y transmiten a cuanto tocan un tinte positivo, negativo o neutral. Eso lo percibimos muy bien en la publicidad. Los anuncios que se difunden en España eligen el idioma francés para prestigiar los perfumes; el inglés para la tecnología; el alemán para los autos; el italiano para la moda…, y el castellano para los detergentes. Así nos va.
Pero aún tratamos peor al gentilicio “chino”.
Este adjetivo ya andaba entre nosotros como marca país en el siglo XVIII, cuando Leandro Fernández de Moratín le hace afirmar a un personaje de La comedia nueva: “Lo que yo digo es que usted me ha engañado como un chino”. (Tal vez se pretendía “como a un chino”, pues sin preposición se puede entender que el chino es el que engaña).
Y también tenemos la locución “es un trabajo de chinos”, que se documenta en el siglo XX y se puede tomar como positiva si resalta la minuciosidad del empeño o como negativa si, como suele suceder, reduce a eso toda creatividad o talento.
Más tarde, “chino” sirvió para denominar algunos barrios de las grandes ciudades donde se concentraban los inmigrantes de ese origen. Juan Ramón Jiménez ya mencionaba en 1916 el “barrio chino” de Nueva York en su Diario de un poeta recién casado (a veces con la grafía “reciencasado”).
Después, el término se aplicaría a las zonas degradadas de grandes capitales y llenas de burdeles. Un personaje de Carmen Laforet en Nada (1945) advertía: “Hay unas calles en las que si una señorita se metiera alguna vez, perdería para siempre su reputación. Me refiero al barrio chino”.
Con los años, desaparecerían los prostíbulos, pero se mantendría la connotación negativa. Y ahora el gentilicio “chino” lo relacionamos sobre todo con ciertos restaurantes y establecimientos, hasta el punto de que prescindimos de esos sustantivos: “Hoy cenaremos en un chino”, “lo compraré en un chino”.
En el caso de los restaurantes, su proliferación y sus precios asequibles (además de ciertos bulos y leyendas) han influido en la reputación del adjetivo. Y quizás por ello algunos de esos negocios lo evitan, para denominarse “restaurante oriental” o “restaurante asiático”.
Y entre “oriental” y “asiático”, va ganando este último. La ola de corrección política nacida en EE UU recomienda elegirlo para evitar la perspectiva occidental de las denominaciones. Y eso tal vez influye en que “asiático” esté ampliando su negocio.
Además, “asiático” comprende gastronomías más refinadas, y remite mentalmente a restaurantes más amplios y lujosos, cuyos precios hacen que la invitación a cenar resulte más seductora.
Así pues, el adjetivo “chino” ha recorrido entre nosotros los barrios degradados, los engaños abusivos y los trabajos anodinos, y ahora se vincula además con lo barato y de calidad discutible. Y esto sin mentar la expresión “cuento chino” (embuste).
Pero tales usos no deben ocultar otras perspectivas: “chino” puede evocarnos esas amables gentes que atienden con celeridad y que sonríen siempre entre arroces tres delicias y salsas agridulces; o que nos brindan esos almacenes donde hallaremos lo que buscamos para salir de un apuro a deshoras. “Un chino” equivale, pues, a sabores gratos, artículos útiles, buen servicio, rapidez y eficacia. Merece la pena ir cambiando aquellas connotaciones.
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