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Migrados
Coordinado por Lola Hierro

Hijos de nadie, génesis de una generación perdida

Los menores migrantes son carne de cañón para todo tipo de mafias, y olvidamos que, protegiéndolos, estamos protegiendo a toda la población

Dimi Katsavaris (Unsplash)
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Todos estaremos de acuerdo en que los migrantes que llegan a un país son bastante diferentes a sus hijos o a los hijos de sus hijos. Muchos pensarán que este cambio es una mejora, otros explicaran este cambio como resultado de una buena integración y otros lo explicarán con teorías evolucionistas. Hay que dejar claro que hay algunos que son naturales y otros que son obligados o exigidos. La integración que se predica en el continente europeo (salvo algunos pocos países que se podrían contar con los dedos de un avestruz) es la asimilación cultural por parte del migrante, es decir: el migrante tiene que esforzarse en encajar en la sociedad de recepción, que no de acogida.

Soy consciente que este tema está muy tratado en la prensa, pero creo que es necesario retomarlo dada la situación migratoria actual. Hasta hace pocos años nos encontrábamos con que las segundas generaciones de inmigrantes, es decir, hijos de inmigrantes, se integraban más que sus padres en las sociedades de acogida y la mayoría, incluso, cambiaba de nacionalidad. Estos nacionales de segunda sufrían en sus carnes, tarde o temprano, conflictos de identidad porque no encontraban su lugar ni con sus familias ni con la sociedad a la que se han integrado ya que esta les pone obstáculos y limitaciones a la hora de disfrutar de los derechos y libertades que tiene un nacional. Estas personas se estancan en un mundo de nadie.

Actualmente, con el auge de la migración de menores, estamos viviendo una situación muy parecida a la explicada más arriba. Tenemos menores que el Estado los acoge y los tutela hasta su mayoría de edad. Supuestamente en la etapa adulta estos menores salen de los centros de protección preparados para vivir, es decir, salen como ciudadanos. Esto es la teoría, la realidad es otra. La realidad es que estos menores se convierten en mayores de la noche a la mañana y, este cotidiano amanecer para algunos, les cambia totalmente la vida: dejan atrás un periodo de cuidado, de educación, de bienestar y de derechos sin obligaciones. Incluso me atrevería a mencionar un cierto episodio de adoctrinamiento.

Los menores se convierten en mayores de la noche a la mañana y eso les cambia totalmente la vida

Dejan todo eso atrás y se enfrentan a la vida sin herramientas, sin contactos, sin cuidados, sin ayuda. Estos menores, gracias a la óptima experiencia que han tenido hasta el momento, llegan a repudiar su país de origen y amar el de recepción. Pero cuando chocan con la realidad viven el mismo trauma de identidad que viven las segundas generaciones. Los menores pierden el sentimiento de pertenencia a la sociedad que les ha criado y cuidado y lo cambian por una sociedad que les ha dado todo gratis y sin obligaciones ni responsabilidades. Lo explico metafóricamente: salieron como críos de sus países, se convirtieron en leones en el país de recepción y se sienten como ancianos después de su mayoría de edad. Esta “vejez” se da porque se sienten dependientes de los servicios de protección. Se les olvida la voluntad que tenían al partir de sus países de aprender idioma, trabajar y enviar dinero a la familia. Ahora se encuentran con que tienen deseos más materialistas como comprarse ropa de marca, salir los fines de semana, ligar y un largo etcétera.

El drama de las dos situaciones que he explicado no es el fracaso de una política de integración basada en, siendo claros, "si quieres estar aquí, sé como nosotros". El problema es otro. Estos menores y mayores son carne de cañón para todo tipo de mafias: de prostitución, de trata de personas u órganos, de terrorismo… Nos olvidamos de que protegiendo a estas personas estamos protegiendo a toda la población. Creemos que tener a miles de personas en situación de vulnerabilidad no afecta ni nos afecta. Nos olvidamos de que la mayoría de las veces los principales actos de terrorismo político, social y de ocio son perpetrados por personas que han estado en las situaciones descritas. Obviamente, la culpa siempre es de los demás, nuestra nunca.

“Si alguien mata a una persona, sería como si matase a toda la humanidad; y si alguien salva una vida, sería como si hubiera salvado la vida de toda la humanidad.” Corán 5:32.

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