Yo también soy español
Hijos de inmigrantes nacidos en España forman la llamada segunda generación, bien integrada y que aporta diversidad a un país históricamente homogéneo
Ser español ya no es lo que era. La respuesta estereotipada —blanco, católico y bajito— es cada vez menos realista. Era válida no hace tanto: España, país emigrante en casi toda su Historia reciente, albergó siempre una sociedad homogénea, poco habituada a lo diferente. Cuando lo diferente llegó, se les identificó sin rodeos: inmigrantes. Llegaron de forma masiva y en un período de tiempo mucho menor que en otros países europeos. Se asentaron, se incorporaron al mundo laboral y tuvieron hijos. Hijos españoles.
En la mayoría de países de nuestro entorno, existen ya terceras y cuartas generaciones de inmigrantes. En España el fenómeno comienza a dejarse ver. Los chicos y chicas españoles de familia inmigrante que hoy recorren la veintena, son la punta de lanza de un nuevo paisaje social, mucho más variado y diverso. Asoman ya en casi todos los segmentos y sectores de la sociedad y están poniendo patas arriba el concepto de ser español.
“Existe todavía una idea preconcebida de lo que es ser español. Y se fomenta. Ser español es ser blanco, educado, de clase media y que te guste la paella y el fútbol; que por cierto, me gustan. Pero en esa ecuación no entra ser negro”. Lo dice El Chojín, rapero, de Torrejón de Ardoz (Madrid), hijo de guineanos. Y negro.
Héctor Cebolla, profesor de Estructura Social de la UNED y especialista en la materia, matiza: “Existen dos Españas en este asunto: una sería la de los mayores de 60 años, a quien les cuesta ver a los hijos de inmigrantes como españoles y otra la de menores de 40, quienes lo ven con mayor normalidad”. Y Alejandro Portes, catedrático en Sociología en la universidad de Princeton y coautor de la Investigación Longitudinal sobre la Segunda Generación en España, concluye: “La sociedad española es relajada. No hay unos criterios muy fuertes de cómo ser español”.
Hacia un paisaje diverso
Según el estudio realizado por Alejandro Portes y llevado a cabo por el Instituto Ortega y Gasset, el 80% de los hijos de inmigrantes nacidos en España se sienten españoles. Un porcentaje muy elevado si lo comparamos con, por ejemplo, el 6% que se da en Estados Unidos, también según el catedrático Portes. “Es importante que se sientan integrados y es esencial que el resto de la sociedad española los perciba como españoles, porque eso puede definir lo que van a ser”, explica el sociólogo Héctor Cebolla. “Un porcentaje alto de sentimiento de pertenencia -retoma el profesor Portes- previene desafecciones que pueden empujar a estos jóvenes a unirse en comunidades cerradas, muchas veces de espaldas a la sociedad, como ocurre con las pandillas en Estados Unidos o guetos en Francia”.
No existen datos exactos de cuántos hijos de inmigrantes nacidos en España hay actualmente en nuestro país. Es una cuestión delicada ya que, a todos los efectos, se trata de habitantes españoles: la estadística tendría que realizar una distinción étnica o de origen. Sí sabemos que, hoy y según datos del Instituto Nacional de Estadística (INE), hay en España 4,4 millones de extranjeros censados.
A partir de esto se puede hacer una aproximación: el INE señala que, durante el año 2015, nacieron en España casi 75.000 niños y niñas con al menos un padre extranjero. La inconsistencia de esta cifra es que no recoge los nacimientos de niños de padres inmigrantes con nacionalidad española. En cualquier caso, puede servir para hacernos una idea cuál es número de españoles de origen extranjero que nacen cada año. Y comprobar que la transformación de la sociedad española es un hecho.
Españoles con asterisco
“Nunca he sentido discriminación”, cuenta Yanice De Britos, madrileña de origen caboverdiano. Nos recibe en su casa de un barrio popular del sur de Madrid. Con 17 años, le queda uno para comenzar su carrera hacia la abogacía, su meta profesional. “Pero tampoco siento que me vean como una más. Sé qué debo responder cuando me preguntan de dónde soy. Siempre digo: ‘española, pero mi familia es de Cabo Verde’. Me sale solo, porque ya me sé de memoria las preguntas que me van a hacer si contesto solo ‘española”.
Le ocurre algo parecido a Laila Sherroukh, hija de marroquíes. En su caso, la suspicacia no viene por el color de su piel, sino porque usa velo. Es musulmana y estudia periodismo en la Universidad Complutense: “Una vez en clase estábamos debatiendo sobre la monarquía. El profesor era monárquico y casi todos los alumnos estábamos en contra. Yo levanté la mano y opiné en contra de la monarquía. El profesor me preguntó: ¿de dónde eres? Yo le dije: española. Y el profesor me dijo: ¿ya, pero de dónde? Eso no me gustó, así que le dije: madrileña. Y él insistía: pero tu familia, ¿de dónde viene? Al final le dije lo que quería oír, que vienen de Marruecos, y sabía que me lo preguntaba para decirme algo de la monarquía marroquí. Me dijo algo de Mohamed VI y yo pensaba, ‘¿pero a mí qué me cuentas de Mohamed VI, si yo soy española y estoy opinando sobre mi monarquía? ¡Yo no tengo ni idea de Mohamed VI!”.
Quan Zhou Wu nació en Algeciras y se crio en Málaga. Su familia es de la provincia de Zhejiang, en China. En el ático del centro de Madrid en el que vive, y hojeando orgullosa su novela gráfica ‘Gazpacho Agridulce’ (en la que trata el tema de la identidad de los hijos españoles de familias chinas) explica que “la sociedad española me ve china, no española. Me ven los ojos y ya está. Alguno hasta me dice que me nota el acento chino. ¡Pero si ni siquiera sé mandarín! Yo con mis padres hablo el dialecto de nuestra provincia. No sé hablar chino”. Y en su queja aparece marcado su acento andaluz.
El rapero Chojín, sentado en su estudio de grabación donde prepara su próximo disco, coincide: “Uno no es de donde quiere, sino de donde le colocan. Así que yo soy español con asterisco. En la sociedad española todavía no hay conciencia de ser español y no ser blanco. No me preguntan de dónde soy, me preguntan que, si soy español, por qué soy negro. Es como que algo les falla. ‘Sí, eres español, pero…”.
Laila retoma: “Allí donde voy tengo que aclarar que soy española. Alguna vez me han dicho: ‘qué bien hablas español’. Hombre, es que soy española…”.
“El primer día que salí con velo estaba emocionada. Era mi primera decisión sin tener en cuenta el qué dirán. Alguno ha llegado a decirme: ‘si te quieres poner el velo, vete a tu país’. Y yo pienso, pero si este es mi país. Si quieres me voy al Gregorio Marañón, el hospital donde nací”, cuenta Laila.
Quan, de padres chinos, se ríe al tocar el tema: “A veces me dicen ‘qué maja eres, no pareces china’. Como que soy de Algeciras. La gente es muy pesá”.
Identidad líquida
“La identidad no es un tótem inamovible. Va cambiando, se va adaptando. Pasa por distintas etapas”. Lo explica la socióloga Rosa Aparicio, coautora del estudio junto con Alejandro Portes.
En el proceso de colocar y organizar sus raíces, estos chicos y chicas suelen pasar por distintas fases que van desde la negación de sus orígenes en su edad escolar hasta el orgullo de su cultura primigenia cuando maduran.
Álex Tumailla, de familia ecuatoriana y estudiante de 19 años, cuenta que “cuando era chaval me ponía en pie y la mano en el corazón cuando hablaba el Rey en la televisión. Yo creo que era una necesidad desesperada por sentirme integrado y aceptado. Hoy me da igual. Me siento uno más en el mundo y con eso tengo suficiente”.
“Cuando era pequeña me preguntaba a mí misma qué era yo, porque en el colegio se metían conmigo, me decían ‘chinita”, dice Quan. “Durante mi infancia rechacé todo lo chino, porque solo me daba problemas: no podía hacer la comunión y tener regalos, no comía comida española, no me dejaban salir con chicos españoles… Hasta que crecí no acepté mi lado chino. Y ahora me enorgullezco de tener dos culturas”, cuenta “Los chinos de nuestra generación somos la generación banana: amarillos por fuera y blancos por dentro”.
Laila, sentada en un aula de la facultad de Periodismo de la Complutense, coincide: “Uso velo y esto es un añadido muy grande para que no te consideren española. Al verme con pañuelo, me identifican e incluye en una nacionalidad, pero mi pañuelo no representa una nacionalidad, representa una fe. Decidí ponérmelo cuando tenía 18 años y fue la decisión más dura de mi vida. Mi madre no quería que me lo pusiera, porque tenía miedo que me causara problemas, que me rechazaran por ello. Pero yo sentía que quería llevarlo. Siempre renegué de mis creencias por miedo, y cuando las acepté, me sentí plena conmigo misma”.
La cultura familiar, la relación con los padres, es un factor importante para la identidad de estos nuevos españoles. Alejandro Potes explica que “los inmigrantes árabes y chinos tienen más miedos y temores para con sus hijos: los árabes suelen mostrar temor a que sus hijos sean rechazados. Los chinos tienen un choque cultural muy fuerte, que hace que aten a los hijos en corto y suelen querer que sigan con los negocios familiares”.
“Durante toda mi vida he tenido que sacar sobresalientes —explica Quan—, si en alguna asignatura sacaba nota baja, mis padres ya me proponían dejar los estudios y trabajar en el restaurante”.
Formación brillante
Los cinco testimonios recogidos son o fueron brillantes estudiantes. Yanice, Quan, Álex, Laila y Chojín llenan y llenaron de sobresalientes sus cartillas de notas. “Mi padre me repetía: tienes que estudiar más y mejor para llegar al mismo sitio que tus compañeros”, recuerda Chojín. “En realidad lo que me venía a decir es que estudiara como un blanco, para poder ser un español normal”.
La, en general, excelente formación de los hijos de inmigrantes señala que su adaptación escolar en España ha sido buena y predice que en pocos años ocuparán puestos cualificados. “Dentro de 10 o 15 años el paisaje social y laboral en España será distinto por completo”, explica Alejandro Portes. “Porque estos chicos se están formando y lo están haciendo muy bien. Y enseguida van a acceder a puestos cualificados. Pronto va a haber muchos trabajadores cualificados de diversos orígenes”.
“La buena noticia, aunque parezca una paradoja, es que los datos señalan que los estudiantes hijos de inmigrantes están teniendo éxitos y fracasos en la misma medida que los autóctonos. Es decir, sufren desigualdades, pero no por el hecho de ser hijos de extranjeros, sino porque se han incorporado a una sociedad que ya las padecía. Esto nos muestra que ya forman parte de nuestra sociedad con normalidad”, explica Héctor Cebolla.
La metamorfosis del concepto español está cerca de completarse. Pronto habrá abogados, profesores, policías o diputados chinos, musulmanes, negros y latinos. Todos ellos, claro, españoles. Los nuevos españoles.
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