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La paradoja y el estilo
Columna
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Kate y Pantoja

Ojalá pudiera un doctor operar las envejecidas ideas del sultán de Brunéi

El sultán de Brunéi, Hassanal Bolkiah, la pasada semana.
El sultán de Brunéi, Hassanal Bolkiah, la pasada semana.gettyimages
Boris Izaguirre

Me despierto en Bogotá asombrado de su clima que reúne las cuatro estaciones en un mismo día. Aquí se celebra un congreso de escritores colombianos y venezolanos y, al llegar a la inauguración en el Gimnasio Moderno, me preguntan sobre la causa abierta por George Clooney para boicotear los hoteles de lujo del sultán de Brunéi, en respuesta a las leyes atávicas y religiosas de lapidación a homosexuales y a mujeres adúlteras que ha aprobado en su lujoso reino.

Nunca he tenido suficiente presupuesto para dormir en las habitaciones propiedad del sultán de Brunéi y creo que la mayoría de la gente que conozco, tampoco. Pero por más hollywoodense que nos resulte el boicot promovido por Clooney, hay un objetivo: si bajan los ingresos en esos exclusivísimos hospedajes, el sultán lo va a notar un poco en su cartera. Dinero es dios, seas del islam o de cualquier otra religión. En uno de esos hoteles, el Dorchester de Londres, se alojaron Richard Burton y Elizabeth Taylor al principio de su amor, que nació adúltero. Esa suite fue decorada por Oliver Messel, un decorador devoto y practicante del gay chic del siglo XX, que combina modernidad con barroco y fantasía en una ceremonia sorprendente y refinada. Antes el hotel promocionaba esta suite ampliamente, ahora, quizás por las leyes aprobadas por su propietario, deje de hacerlo. También por eso apoyé el boicot. El sultán fue uno de los últimos amigos de Michael Jackson, quien encontró refugio en sus palacios después de que fuera la estrella invitada, por un caché de 16 millones de dólares, en las descocadas celebraciones del 50 cumpleaños del sultán en 1996.

Isabel Pantoja, en Valencia, el pasado septiembre.
Isabel Pantoja, en Valencia, el pasado septiembre. Getty Images

Semana se ha desmelenado un poco con la exclusiva de que Isabel Pantoja podría tirarse desde un helicóptero a las turbulentas aguas de Supervivientes. Pero habría un salvavidas, la revista publica que negocian un sueldo de 80.000 euros semanales. Pantoja, en mi opinión, lo vale. Telecinco y la familia Pantoja mantienen una de esas relaciones comerciales que se retroalimentan con entusiasmo popular. Para la cadena, Pantoja es una proveedora de un enorme caudal de contenidos, aunque ya surgen críticas a ese sueldo exorbitante. Pantoja es, además de multitasking, en realidad la auténtica superviviente nacional. Todo le pasa y todo lo supera. Cuando una noche de mar bajo las estrellas, Isabel hable de Paquirri, o de sus días de cárcel, de si tiene un nieto preferido, Supervivientes pasará de ser un reality exitoso a uno de esos grandes documentos de televisión, y no solo para los pantojistas.

Somos lo que comemos y también lo que vemos. Hemos visto que Elena de Borbón, si no tiene que acompañar a su padre, ocupa algunas tardes con clases de costura. Sería viable que la duquesa se convierta en una maestra de costura y nos sorprenda con aristocráticos looks hechos en casa. Otra duquesa, Kate Middleton, quizás camine en esa misma línea sin saberlo, porque parece que es su estilo el responsable de que su esposo se fijara en una marquesa vecina. Afortunadamente el nuevo escándalo real ha aparecido justo en el momento que el Brexit se convertía en una mala y larga comedia. No está oficialmente determinado cómo fue esa traición de la vecina de Kate, pero ha contribuido a que la duquesa contrate a una exeditora de Vogue para refrescar su vestuario. Kate mantenía un estilo acartonado y ñoño, señalado ahora como “trajes que provocan infidelidad”, que funcionaba más o menos hasta que llegó Meghan con su acento hollywoodense. Si le cambian el look a Kate quedaría demostrado que el equipo de Kate perdía terreno ante el de Meghan. No sería raro que esta nueva estilista de Kate termine participando en el Supervivientes británico, mientras Kate y Guillermo hacen las paces con la vecina por el bien de la agitada vida country.

En Mónaco no hay country, ni ningún hotel propiedad del sultán de Brunéi, pero Carolina de Mónaco reapareció superviviente en el Baile de la Rosa. La princesa vistió un Chanel de Karl Lagerfeld, negro y rosa, definiendo un nuevo tipo de luto, que honra la desaparición pero continua apostando por la vida. Por primera vez en muchos años su cara apareció casi sin arrugas. Carolina ha mantenido una convivencia valiente contra las arrugas, pero parece que ya encontró alguien que las alisa sin cambiar la cara. No esperábamos menos de ella. Ojalá pudiera ese mismo doctor operar las envejecidas ideas del sultán de Brunéi.

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