_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Los ausentes

López Obrador puede hoy hacer políticas que integren a los indígenas

José Andrés Rojo
Indígenas, en una fotografía de Juan Rulfo, en la exposición de 2001 en La Virreina, Barcelona.
Indígenas, en una fotografía de Juan Rulfo, en la exposición de 2001 en La Virreina, Barcelona.Marcel.li Sáenz

No hay que olvidarse de las crueldades que se cometieron en América. Los españoles hicieron un montón de barbaridades, pero tampoco es que hasta entonces hubieran sido ejemplares las conductas de los que ya habitaban allí. De hecho, muchas comunidades encontraron en los recién llegados una bendición que les llegaba desde otro mundo para poder quitarse de encima a quienes los tenían aterrorizados, explotados, masacrados. Rafael Sánchez Ferlosio fue particularmente crítico, cuando se celebraba el quinto centenario del descubrimiento, con cuantos glorifican la conquista sin reparar en sus excesos. En Esas Indias equivocadas y malditas, explica que hay acontecimientos que no admiten puntos intermedios: “La historia es, por esencia, historia de la dominación; y el modelo de dominación es la batalla; esta, aunque sea pírrica, no tiene cantidad, sino tan solo signo, esto es, carece de cualquier valor ajeno a la estricta alternativa de vencido o vencedor”.

Vencieron los españoles. Cortés tomó Tenochtitlan. Y todo empezó a cambiar. Tras la conquista, vino la colonia. La villa de Potosí (Bolivia) fue el lugar que más riquezas dio a la España que conquistó América. Su gran cronista fue Bartolomé Arzáns de Orsúa y Vela, que nació allí en 1674 y que fue construyendo una monumental historia de la ciudad hasta que la muerte interrumpió su trabajo en 1736. Su hijo Diego completó su gran proyecto.

Arzáns es un prodigio a la hora de atrapar los detalles y levanta un imponente fresco de las pasiones y conflictos y desgarros que marcaron la vida de una ciudad repleta de riquezas. La violencia es el pan de cada día, los enfrentamientos son a muerte, débiles muchas veces las respuestas de la autoridad. “Cuajado está de peligros este valle de lágrimas”, apunta al referirse a un enfrentamiento donde relucen las hojas de los cuchillos. En otro lugar señala las habituales “pendencias” entre “peruanos y manchegos de una parte, y andaluces y extremeños de la otra, y los vascongados, navarros y aragoneses con cuadrilla aparte acometían unas veces a los unos y otras veces a los otros, de suerte que todo era derramamiento de sangre”. Igual narra la historia de una mujer “abrasada de terribles celos” que el milagro que hizo “la Madre de Dios de la Candelaria de San Pedro con un devoto suyo”.

Haz que tu opinión importe, no te pierdas nada.
SIGUE LEYENDO

Los indios están casi siempre ausentes. No forman parte de la historia más que como personajes secundarios. Son los que trabajan en las minas en las peores condiciones, los que sirven en las haciendas, los reclutados para batallar en las grescas entre distintos señores. En un momento, Arzáns habla de la coca y dice: “Es una hierba tan apetecida de los indios y mineros para el trabajo del Cerro que no pueden o no quieren entrar en las minas sin tomarla, porque según ellos dicen tiene virtud de aumentar las fuerzas, quitar el sueño y el hambre mientras se tuviese en la boca, y otras propiedades que le aplican, siendo a mi parecer más tomada por costumbre y vicio que por tales virtudes”. Habla de ellos con distancia, y fue de sus defensores, no los conoce muy bien.

Era otro mundo, otras gentes, otros poderes, otras reglas de juego. Ahora, como presidente de México, Andrés Manuel López Obrador puede realizar políticas que saquen a las comunidades indígenas de su país de la marginación y el abandono. La petición que le ha hecho al Rey de España de que pida perdón por los abusos de la conquista tiene algo de tirar balones fuera. Y un peligro: el de introducir el veneno de la discordia entre dos países que tan bien escenificaron su cercanía cuando México abrió sus puertas a los exiliados de una terrible Guerra Civil.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

José Andrés Rojo
Redactor jefe de Opinión. En 1992 empezó en Babelia, estuvo después al frente de Libros, luego pasó a Cultura. Ha publicado ‘Hotel Madrid’ (FCE, 1988), ‘Vicente Rojo. Retrato de un general republicano’ (Tusquets, 2006; Premio Comillas) y la novela ‘Camino a Trinidad’ (Pre-Textos, 2017). Llevó el blog ‘El rincón del distraído’ entre 2007 y 2014.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_