La experiencia más emotiva: sacar a un niño de la cárcel agarrado de mi mano
Un cooperante de la ONG Dream Nepal cuenta su labor custodiando a menores mientras sus madres cumplen condena en prisión
Desde que fundamos Dream Nepal a finales del 2015, en la primavera del 2018, era la quinta vez que me desplazaba a Katmandú para trabajar en nuestro proyecto de custodia de niños mientras sus madres cumplen su condena. Tenía los objetivos de siempre: durante unos 10 días, hacer trámites con nuestra contraparte, dar un repaso a nuestra casa, consolidar su funcionamiento, compartir unos días con los niños, reunirnos con el personal y, esta vez, dar un vistazo por el barrio con la idea de poder abrir una nueva casa de acogida lo antes posible. Hasta entonces no había vivido nunca la experiencia de ser la primera mano ajena que un niño agarraba después de abandonar la cárcel dejando a su madre dentro.
Hasta esa ocasión siempre había estado en la casa de Indira Ranamagar, la presidenta de Prisoners Assistance Nepal, nuestra ONG contraparte en Nepal y la única que tiene relación con las autoridades para facilitar la vida a las personas en situación de privación de libertad en Nepal. Ella solía llegar un día, con un coche destartalado y con dos o tres niños que custodiar en MalaHome. Y si aquello ya era todas las veces un momento emocionante, la experiencia que iba a vivir hoy aún lo era más.
Ese día fue especial, Indira nos llamó diciendo que podíamos ir con ella a rescatar cinco niños de la cárcel y otra compañera, Marina, y yo, salimos a su encuentro. Llegamos a la prisión de Sundara y nos encontramos con Indira, la acompañamos en el papeleo y pasamos horas en aquel callejón rodeados de policías armadas del típico bastón nepalí, esperando la salida de los niños.
Como no sabíamos cuántas horas íbamos a estar allí, aprovechamos para pedir que nos dejaran entrar —tras los cacheos correspondientes— a hablar con las madres de algunas de las niñas que ya vivían en MalaHome y allí estuvimos unas horas comentando que Chahana ya iba al colegio o que a Paru le estaban saliendo los dientes nuevos.
Después de una espera interminable aparecieron tras las rejas cinco menores, pequeños, asustados, cogidos de una mano a sus madres y con la otra agarrando una bolsa de plástico de supermercado dónde se intuía que llevaban sus pertenencias. Tres niñas y dos niños, pequeños, delgados, sucios, de unos tres o cuatro años de edad. Las rejas se abrieron y las madres acercaron las manos de sus hijos a las nuestras para depositarlas en ellas. Indira, Marina y yo tomamos de la mano, cada uno, sin pensarlo a un par de ellos. Al coger la de Bishnu, su madre me miró y me dijo: "¡Gracias!". Recorrimos el callejón que separa la puerta de la prisión de la libertad. Yo quería llegar ya para que se acabara aquella escena porque, aunque todos sabíamos que era lo mejor, su madre no dejaba de llorar al ver a Bishnu alejarse y él miraba hacia atrás como preguntándose ¿qué está sucediendo?
Después de una espera interminable aparecieron tras las rejas cinco menores, pequeños, asustados, cogidos de una mano a sus madres y con la otra agarrando una bolsa de plástico
Por fin giramos la esquina y afrontamos la recta final que nos llevaba a Katmandú. Sumi lloraba mucho, Bishnu estaba serio y Krhisna, Salina y Sushma, yo diría que incluso estaban contentas. Tras la foto oficial, los llevamos a MalaHome. Desde entonces, Bishnu y sus 34 compañeros rescatados de la prisión por nuestra ONG hasta la fecha, viven en un ambiente seguro, levantándose cada día para ir a la escuela, jugando con sus amigos en sus ratos libres, comiendo a la hora de comer y durmiendo en una cama, todo lo que necesita un niño para crecer y que en una cárcel nepalí no puede tener.
En Nepal, como en muchos otros países pobres, ir a parar a la cárcel es algo bastante más doloroso que en los, vamos a llamar, desarrollados. La pobreza estructural hace que los recursos sociales para estos asuntos sean prácticamente inexistentes, a lo que se suma ser mujer en una sociedad altamente machista y con condicionantes sociales que se derivan del sistema hinduista de castas. Que una mujer entre en prisión para pagar por algún delito tiene consecuencias para sus hijos, y si bien, como en cualquier otro país del mundo, es conveniente que los niños menores de tres años permanezcan junto a la madre, encarcelada, en Nepal, el problema empieza a partir de esa edad.
A partir de los tres años, el niño debería de abandonar la prisión para seguir con su desarrollo en un ambiente saludable pero la pobreza y el supuesto mal karma que un hijo de una delincuente arrastra dificultan el ser acogido por sus familiares y, si lo es, lo harán seguramente para utilizarlo como mano de obra en el campo o para hacerle deambular por las calles de Katmandú pidiendo limosna.
La pobreza y el supuesto mal karma que un hijo de una delincuente arrastra dificultan el ser acogido por sus familiares
Por otro lado, el padre, habitualmente encarcelado también, o si no, huido a otro país, se desentiende de sus hijos ya que significan un lastre para su vida. Otra posibilidad sería dejar al niño en libertad, solo, en la calle, convirtiéndole en carne de la drogadicción o el tráfico de menores para la prostitución o la esclavitud. Así que, las madres, ante este panorama, mantienen a sus hijos con ellas en la prisión a pesar de encontrarse en un ambiente hostil, hacinados, durmiendo en el suelo, sin asistencia médica ni educativa y compartiendo un plato de arroz hervido a diario. Nuestro proyecto permite custodiar a estos niños y proporcionarles todo lo necesario para su correcto desarrollo mientras su madre cumple su condena.
Se dice que, en Nepal, hay unos 70 menores cumpliendo injusta condena en unas condiciones deplorables junto a sus madres. Y según cómo no parece que el Gobierno tenga interés en ponerle remedio, seguiré yendo a las cárceles nepalíes a rescatar de allí al máximo de niños posible. Bishnu está creciendo en MalaHome, va cada mes a ver a su madre y en algún momento abandonará la casa para seguir con su vida. Supongo que él ni se acuerda de aquel día, pero yo jamás olvidaré que él tomó mi mano para salir de aquel agujero.
Javier Hinojosa González es psicólogo y técnico de Gestión y Desarrollo en ONG. Cofundador y responsable de Proyectos en Dream Nepal.
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