Cómo salir de la cárcel cuando es tu casa
En Nepal, los hijos de los presos conviven con sus padres en prisiones sobrepobladas y en condiciones precarias hasta que son rescatados por ONG
Jyoti se agarra al cuello de su madre con fuerza, mientras las lágrimas de angustia empapan el cuello de su vestido. Ha llegado el día en el que esta, Urmila Devi, entregará su hija a Indira Ranamagar para que su organización, PA Nepal (Prisoners Assistance), la saque de la cárcel donde vive. “No entiendo por qué la visten así, hace demasiado calor para que una niña de tres años pueda jugar con esa ropa”, comenta Ranamagar mientras acaricia la mejilla de la madre.
La prisión de Saptari, donde vive Devi con su hija desde hace 14 meses, está a 300 kilómetros al sureste de Katmandú. A finales de 2017 se encontraba al doble de su capacidad, según los datos ofrecidos por la ONG nepalí Inseco, con 287 prisioneros para 125 plazas, y casi la mitad de sus prisioneros se encontraba a la espera de juicio, muchos sin asistencia legal. Cuando Devi intenta explicar por qué está allí, mira para otro lado y con los ojos vacíos cuenta que mató a un hombre. No tiene abogado, no ha habido juicio, ni tampoco fecha programada. Mientras tanto, madre e hija conviven con otras 16 presas en un espacio reducido donde duermen, comen y pasan las horas. Por eso, en el momento en el que Devi escuchó hablar de PA Nepal, no se lo pensó.
Ranamagar rescata a los hijos de los presos desde hace 28 años. Fue la primera persona en preocuparse por la situación de estos y sus familias, la primera en crear una organización especializada en el tema y la primera que ha conseguido que el Gobierno nepalí reconozca su trabajo en este campo. Tiene centros de acogida repartidos por todo el país, en los que ha dado cobijo, educación y bienestar a más de 1.600 niños y niñas que ahora son enfermeros, profesores, guías de senderismo... Ella misma vive en uno compartiendo su privacidad con el resto de niños rescatados que gritan "Ama! Ama!" —mamá en nepalí— cada vez que aparece por la puerta. "No tengo casa, no tengo cama; duermo con los niños más pequeños, los crío yo".
Al cierre del pasado mes de junio, había unos 68 menores viviendo en las 27 cárceles del país, según datos oficiales. De acuerdo con la ley penitenciaria de Nepal, los hijos de los reos sin otro apoyo familiar deben convivir con sus padres hasta cumplir los dos años, aunque en muchos casos se quedan más tiempo. En otros, terminan en la calle, mendigando y drogándose. “Los criminales utilizan a los más pobres, que no saben ni lo que están haciendo, se aprovechan de su desconocimiento. Nuestro sistema judicial es muy débil, no se realizan investigaciones serias, muchas veces son coincidencias o incluso falsas acusaciones. No se celebran juicios, no hay condenas. Los presos ni siquiera saben cuáles son sus derechos, porque no tienen educación. Los que tienen dinero, pagan y se pueden marchar ese mismo día. No hay justicia”, denuncia Ranamagar.
Ranamagar tiene centros de acogida repartidos por todo Nepal, donde ha dado cobijo, educación y bienestar a más de 6.000 niños y niñas
Jyoti abandona la cárcel para vivir en el centro de acogida que PA Nepal ha construido en el pueblo natal de Ranamagar, en el distrito de Jhapa, a unos 150 kilómetros de su madre. Allí se mezclará con otros niños de su edad, hijos de presos que van al colegio cada día, juegan entre las plataneras de la selva y viven con dignidad.
El centro estandarte
A las afueras de Sankhu, a 15 kilómetros de Katmandú, se encuentra el centro más grande de PA Nepal, que actualmente acoge a 104 menores de entre tres y 16 años. “Empezamos hace 13 años, con 10 niños y niñas”, recuerda Sagar Magar, el responsable del centro. “El primer edificio era de adobe y lo construimos con la ayuda de voluntarios. Las chicas dormían en la planta baja y los chicos en la planta superior”. El recinto cuenta ahora con dos edificios grandes, además de una escuela primaria, un comedor y una zona de recreo. “En nuestra escuela no solo hay hijos de presos, sino también niños y niñas de aldeas cercanas que prefieren venir aquí aunque tengan otras escuelas más cerca, pero no podemos aceptar a todos. Tenemos que conseguir una educación pública de calidad para que los padres manden a sus hijos allí”, explica Magar.
Rosni, una de las niñas que vive en el centro, tiene 12 años y acaba de volver del instituto. Es menuda, de piel oscura y ojos negros típicos de la zona del Terai, al sur de Nepal. Sus padres entraron en la prisión de Birgunj, 130 kilómetros al sur de Katmandú, cuando ella tenía seis años. Ninguno de sus familiares podía hacerse cargo de ella ni de sus dos hermanos pequeños, así que tuvieron que quedarse con su madre durante dos años. “Cuando llegué. no paraba de llorar. Compartíamos una celda de unos 20 metros cuadrados con otras 13 personas y dormíamos en el suelo con colchas de plástico porque no había camas suficientes para todos”, explica Rosni.
Desde la inauguración del primer centro penitenciario en Nepal en 1914, son los propios presos los que se encargan de la gestión interna de las cárceles. Los naikes [líderes] deciden sobre todos los aspectos relacionados con el día a día de las prisiones, mientras que los agentes de policía controlan el exterior y hacen dos visitas diarias al interior del recinto. “A veces había peleas entre presos, y los naikes los ataban con cuerdas para inmovilizarlos”, explica Rosni con naturalidad.
Rajesh Mishra, responsable del departamento de documentación y divulgación de INSEC, una ONG que defiende los derechos humanos en Nepal, explica que hay casos en los que los líderes oprimen al resto de reclusos y gestionan las retribuciones de los presos de forma inadecuada, con el consentimiento de los oficiales. Esto da pie a enfrentamientos y, en ocasiones, la policía tiene que intervenir. “Estas situaciones se podrían evitar con un presupuesto adecuado”, explica Mishra. Actualmente, los presos reciben una asignación de 45 rupias diarias (30 céntimos de euro) y 750 gramos de arroz, y en algunos casos reciben comida en mal estado. Los hijos dependientes reciben 10 rupias diarias (siete céntimos de euro), una cantidad insuficiente teniendo en cuenta que medio litro de leche cuesta unas 45 rupias.
La superpoblación de las cárceles en Nepal se ha multiplicado por cuatro en los últimos 12 años, de 5.000 presos en 2006 a más de 19.000 en 2017
Con el tiempo el padre de Rosni se hizo naike y su situación mejoró. “Conseguimos una cama y podíamos salir a jugar al patio con otros niños. Con el dinero que nos daba mi padre comprábamos lentejas y verduras para comer”. Hace cuatro años que Rosni vive con sus hermanos en el centro de PA Nepal y, cuando acabe sus estudios, quiere empezar una carrera en política para ayudar a las madres encarceladas con hijos dependientes.
Cárceles desbordadas
La población de las cárceles en Nepal se ha multiplicado por cuatro en los últimos 12 años: de 5.000 presos en 2006 a más de 19.000 en 2017. “Están muy por encima de su capacidad, y por eso sus responsables no son capaces de dar un servicio adecuado a los prisioneros y detenidos. Las condiciones higiénicas y sanitarias son pésimas, los lavabos son escasos y los reclusos tienen que dormir en el suelo por falta de espacio. En algunas ni siquiera tienen acceso a agua potable. En estas circunstancias, es muy difícil criar a un hijo y las consecuencias psicológicas pueden ser muy grandes para el niño” asegura Mishra.
La lentitud del sistema judicial y la falta de alternativas a la prisión preventiva son algunas de las causas de la superpoblación. “Además de su poca capacidad, la mayoría de los edificios son viejos y están dañados por los terremotos de 2015, y con el escaso presupuesto apenas se hacen reformas”, dice Mishra. El director general del Departamento de Prisiones, Krishna Prasad Acharya, se comprometió recientemente a mejorar las retribuciones diarias de los presos, construir nuevas prisiones y proporcionar cursos de formación profesional, unas medidas que deberían implementarse a partir de agosto de este año.
Chuda Bahadur Shrestra, exsuperintendente de la policía y miembro de The Relief Trust, una ONG que realiza proyectos de desarrollo comunitario, explica que para reducir el número de internos habría que hacer tareas de prevención, motivar a los presos con trabajo innovador y construir grupos capaces de educar y responder. “Es importante que reciban estímulos y aprendan oficios a falta de uno o dos años de cumplir la condena para poder reinsertarse en la sociedad. El Gobierno debería incentivar este tipo de tareas, también en las penitenciarías pequeñas, y sensibilizar a las autoridades para que pasen de una política del castigo a una de la recompensa”.
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