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Columna
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Colón y Cibeles

El Brexit no va solo de bulos o falsas promesas, es también el resultado de la erosión de un orden político específico y de sus verdades

Máriam Martínez-Bascuñán
Diego Mir

La historia está plagada de continuidades y discontinuidades, pero después del reciente espectáculo ofrecido por la clase dirigente británica, parece que el Brexit se ha asegurado ya un lugar en los libros de historia. Constituye el ejemplo de un experimento político donde encontramos el eco de los clásicos tiempos de fricciones y visiones del mundo en disputa —generacionales, espaciales y comunicativas—, y la culminación del ascenso sistémico de la demagogia en el mundo.

Porque el Brexit no va solo de bulos o falsas promesas, ni siquiera de modelos obsoletos de pensar la realidad, como la idea de que es la soberanía y no el simple atrincheramiento identitario el que nos lleva a levantar fronteras absurdas. Es también el resultado de la erosión de un orden político específico y de sus verdades, el posible final de ese pasamanos que son nuestros sistemas de valores, con sus estructuras de legitimidad pensadas para ofrecer estabilidad y tranquilidad. La reacción ante la erosión, el gran movimiento de repliegue y desacoplamiento es el primer resultado drástico del inevitable desajuste de la globalización.

La otra gran pulsión la estamos viendo con los colores de las olas violeta y verde que empiezan a ganar intensidad con una onda expansiva global. En Estados Unidos acompañan al rojo del socialismo milenial, con el feminismo como nutriente y una propuesta programática ecológica que ya se conoce como el Green New Deal. Y si esta semana el Brexit reaparecía como culminación metafórica del ensimismamiento nacional, de una pulsión defensiva anclada en el pasado, la huelga mundial por el clima convocada por la adolescente Greta Thunberg representa la otra cara de la moneda.

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La raíz de estas nuevas olas tan coloridas es por supuesto ilustrada, pues representan una llamada a nuevas formas de emancipación y el cuestionamiento de todas las estructuras de poder. ¿El objetivo? Crear espacios inéditos para la reivindicación de la justicia. Su vitalidad radica en abogar por el cambio en nuestras percepciones morales; su revolución, en la transformación de los viejos sistemas de valores. Se erigen, así, como el nuevo punto de referencia para reivindicar de nuevo la idea de justicia. El ecologismo busca reorganizar el sistema productivo para hacerlo más equitativo; la ola feminista pone la vida, el cuidado y la interdependencia en el centro de ese sistema valorativo. Y aviso para navegantes: no se trata de algo abstracto. La manifestación local de estas dos grandes pulsiones —emancipación o repliegue, universalismo o Brexit, futuro o pasado— también aquí la hemos visto retumbar con fuerza. En Cibeles el 8M y en Colón.

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