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Columna
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Herencias

El Proyecto 43-2 encara la herencia contaminada de la violencia y aporta nuevos lenguajes desde los que sentir y afrontar nuestra historia

Escena de la obra 'Viaje al fin de la noche'.
Escena de la obra 'Viaje al fin de la noche'.albaherre
Edurne Portela

Soy hija de Juan Mari Jauregi, que fue gobernador civil de Gipuzkoa, y también hija de Maixabel Lasa”. “Yo soy hijo de Eugenio Aranburu, un exdirigente de Herri Batasuna, que se suicidó cuando lo fueron a detener, y el hijo de Ana Larrondo”. María, que no dice que a su padre lo asesinó ETA, está sentada cerca de Haritz. Los dos están un poco nerviosos, conmovidos, a ratos la voz se les quiebra al hablar. Dan una entrevista para Radio Euskadi que también es grabada en vídeo. María, a la pregunta del entrevistador de si necesita que le pidan perdón, señala que lo importante es que cada implicado haga su propio proceso de autocrítica (como lo hicieron dos de los tres asesinos de su padre). Haritz no necesita que nadie le pida perdón por la muerte de su padre, dice. Está de acuerdo con María en que hay que “considerar de forma individual todo el daño que ha habido sin escudarnos en el colectivo”. María y Haritz hablan como hijos de la violencia. Haritz tenía 5 años cuando murió su padre y tiene recuerdos borrosos de él. María tenía 19 y ese día estaba de acampada con su cuadrilla. Recuerdan a sus padres con admiración, comentan el uso político de las víctimas de todo signo y defienden que ante todo y sobre cualquier proyecto político o ideología está el respeto a los derechos humanos, a la vida. María, hija de un socialista histórico, finaliza su intervención pidiendo al Gobierno español y al Partido Socialista que se responsabilicen de la actuación de los GAL.

Hace unos meses escuchaba a Jesús Eguiguren decir que los grandes olvidados en la historia de la violencia han sido los hijos e hijas de las víctimas. Vidas rotas, algunas reparables, otras posiblemente no. Los hijos que ahora, al alcanzar la edad adulta y después del fin de ETA, han empezado a compartir sus historias. El próximo 19 de marzo María Jauregi lo hará en Madrid. Participará en un coloquio después de la función Viaje al fin de la noche, la tercera obra del Proyecto 43-2 al frente del cual está la dramaturga María San Miguel. Entre el 12 y el 24 de marzo, el Teatro de La Abadía acogerá Rescoldos de paz y violencia. Trilogía sobre la violencia y el proceso de paz en el País Vasco. Entiendo por qué María Jauregi participará en ese coloquio, tal vez acompañada (no se ha confirmado mientras escribo esta columna) de un familiar de una víctima de los GAL. Y es que Viaje al fin de la nochenos habla de esos hijos de la violencia de los que tanto nos queda todavía por saber. La obra se estructura en torno a dos monólogos paralelos, dos discursos irreconciliables sobre la pérdida violenta de un padre a manos de los GAL y de una madre a manos de ETA. Pero detrás del relato que interpreta la historia desde dos perspectivas opuestas hay una verdad común: el dolor de la orfandad, los silencios que rodean a las familias, la incapacidad de poner en palabras la herida, la soledad de la víctima. Es en ese terreno donde la obra (como las otras dos de la trilogía) interpela al espectador, quien no saldrá inmune si sabe escuchar, si acepta la invitación a imaginar el dolor del otro, sin importarle si la mano que mató a su padre o su madre fue la de un terrorista de ETA o la de otro pagado con los fondos reservados del Estado. El Proyecto 43-2 encara la herencia contaminada de la violencia de forma crítica, en ocasiones incómoda, siempre estimulante, y aporta, como lo hacen estos hijos e hijas, nuevos lenguajes desde los que entender, sentir y afrontar nuestra historia.

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