‘Marathon man’ | Visitando a la dentista por primera vez con la niña
Una de las cosas que nos iguala a todos los seres humanos es la pereza de lavarnos los dientes o ir a la consulta de un odontólogo
Una de las cosas que nos iguala a todos los seres humanos es la pereza de lavarnos los dientes. (Bueno, si eres autónomo también sentirás con fuerza la tentación de quedarte todo el día en pijama y quizá no ducharte).
Después de comer aún lo conseguimos, más que nada, para no tener un aliento de dragón con el que importunar y marear a la gente con la que aún tendrás que tratar. Pero ¿de noche después de cenar? Seamos sinceros. Que ya estás tapadito con la manta en cama y piensas: “me he olvidado de lavarme los dientes, ¿ahora me tengo que volver a levantar? Total, el sarro también tendrá que dormir, ¿no?”
Pues si los adultos, que ya hemos dedicado tiempo, dinero y sufrimiento a nuestros dientes, estamos así, imagínate la pereza que les da a nuestros hijos.
Mira que los primerizos acostumbramos a ser padres superprotectores, hiperpreocupados y visitantes asiduos de urgencias a la que el termómetro pasa de los 38 grados, pero en lo tocante a limpieza dental entonamos el mea culpa porque (casi) todos nos hemos relajado un poquito.
Las dentistas siempre insisten en que, de la misma manera que no olvidamos las vacunas y las revisiones pediátricas, también tenemos que acudir a su consulta para supervisar su salud dental. Pero quizá al estrés y al ir siempre tarde a todo se suma la tontería de que como ya le saldrán los dientes buenos para qué preocuparnos del borrador, ¿no?
Seamos serios. Tenemos que mentalizarnos de la importancia de visitar a la dentista y cuidar la higiene y las comidas de nuestros hijos. Porque el azúcar está agazapado en cualquier parte dispuesto a arruinar sus pequeños dientecillos. (Y el chupete, para los que aún lo usan, también ayuda al caos dental.)
Sus recomendaciones profesionales nos hacen vigilar los zumos envasados (porque sí, son bebidas azucaradas aunque lleven la foto de una fruta y con prisas parezcan saludables), nos recuerdan que no hay que premiar a los peques con chuches y sobre todo que hay que cepillar los dientes cada día después de las comidas, en especial por la noche.
Y aunque queramos que los críos sean autónomos, no sirve confiar desde el sofá mirando Netflix en que se los cepillen bien ellos.
De la misma manera que mi hija no se administra la dosis de Dalsy cuando tiene fiebre, a nosotros nos toca repasar su cepillado nocturno.
Piensa en el típico humorista que mete los brazos en la chaqueta de otro y se pone detrás moviéndolo como una marioneta. Parece fácil, pero intentarlo con un cepillo, una niña soñolienta y sin ningunas ganas ni de limpiarse ni de dormir… eso convalida como atracción peligrosa en Port Aventura.
La pereza es grande, sí, pero si le dedicamos tiempo ahora, nos ahorraremos toda la familia sufrimiento, gasto, miedo, traumas y empastes para toda la vida. Y de paso dejaremos el mito del dentista temible y torturador solo para cuando disfrutemos de Marathon Man.
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