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El no ya lo tienes
Columna
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Yo soy un ‘bertiner’

Gracias a sus tutoriales he aprendido, por ejemplo, a cocer un huevo o a enderezar un cuadro

Bertin Osborne, en Madrid, el pasado noviembre.
Bertin Osborne, en Madrid, el pasado noviembre. Giovanni Sanvido (Getty Images)

Según un reciente estudio cuando una charla informal languidece, cosa que suele ocurrir a los cinco minutos, siempre se recurre a un tema: Bertín Osborne.

El finado genio de la moda Karl Lagerfeld reconocía que le repugnaban los hombres feos y bajitos “porque son malos y quieren matarte”. Espero que en su dilatada vida tuviera la oportunidad de cruzarse con Bertín, por razones obvias. ¡Qué percha tiene Norberto Juan Ortiz Osborne! ¡Qué belleza, entre el tomillo y el romero!

No me extraña que hablemos de él a todas horas, son muchas cosas las que le debemos (directa e indirectamente). Por ejemplo, un primo miope de su bisabuelo, Francisco Javier Morgan Osborne, costeó la educación de un huerfanito en Birmingham llamado J. R. R. Tolkien. O sea, que si no llega a ser por un Osborne, ni Golum, ni Frodo, ni tierra media, ni leches en vinagre.

Yo como buen bertiner no me pierdo ninguno de sus tutoriales en su canal de YouTube Bertín lo hace mejor; son muy útiles. Gracias a ellos he aprendido, por ejemplo, a cocer un huevo o a enderezar un cuadro. Resulta muy sencillo en realidad (lo de enderezar el cuadro digo, lo de cocer un huevo es complejísimo), basta con pegar una moneda en el dorso. Este truco también sirve para España, de hecho, hay gente (iraníes incluso) que está poniendo muchas moneditas para inclinarla hacia la derecha.

Pero no olvidemos que este artista multidisciplinar es, sobre todo, cantante. A mí hay una canción de su repertorio que me sulibella especialmente: Como un vagabundo. Solo una cosita, propongo cambiar un poco la letra para hacerla más coherente con su ideario. Si el estribillo original es: Yo soy un vagabundo que rueda por el mundo, con mi guitarra a cuestas y una historia que contar. El nuevo podría ser: Yo soy un neoliberal, y ¡oye! Ni tan mal, un sirviente me lleva la guitarra, mientras otro me escribe algo que cantar.

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