Barajas rotas
Durante la campaña, el enfrentamiento en el plano imaginario desbordará a la gravedad de las principales cuestiones
El 21 de junio de 1941, Stalin se vio sorprendido por el ataque alemán. “¡Hitler se ha comportado como un gangster!”, exclamó. No lo creía probable, aplicando la lógica de hábil jugador que compartía con Hitler: la guerra entre ambos era inevitable, pero aun no le convenía ni a él ni a su adversario. Por eso le dejó tranquilamente en abril invadir los Balcanes. Solo que el dictador alemán, en contra de sus propios intereses estratégicos —junio era fecha muy tardía para invadir Rusia—, decidió acabar la partida.
A Pedro Sánchez le ha pasado lo mismo con Torra y sus independentistas.
Desde el principio de su andadura, era consciente de que caminaba sobre el filo de la navaja. Pero no había otra alternativa si aspiraba a alcanzar las elecciones provisto de un bagaje suficiente de reformas ya realizadas. Desde el momento en que constituyó sus equipos de gobierno, estos se pusieron a trabajar al modo estajanovista con el propósito de ofrecer a los españoles una imagen de reformas seriamente elaboradas —ejemplo, Educación— que convirtiera a la gestión del PSOE en la otra cara de la moneda respecto de la pasividad exhibida por el PP.
Y en Cataluña, como Stalin, podía esperar que por encima de la cascada de palabras, unas veces reivindicativas, otras insultantes, el antagonista acabaría cediendo a una elección racional. No ahorró las concesiones ni los gestos, lo cual tuvo ya un alto precio electoral. Era, sin embargo, el único camino practicable para llegar a una negociación política, sustentada en intereses económicos, aun en medio del clima apocalíptico creado por la derecha que denunció su “traición” y celebró el humillante final de la crisis del “relator”. Pero el otro jugador rompió la baraja.
Las elecciones se hicieron inminentes y Sánchez decidió utilizar su anuncio para el lanzamiento de una campaña en blanco y negro. En su réplica, el trío compuesto por conservadores y extremistas mantuvo el tono de abierta descalificación. Así la campaña electoral será sumamente agria: el enfrentamiento en el plano imaginario desbordará a la gravedad de las principales cuestiones. Alguien ha evocado la cainita lucha entre las dos Españas, sobre todo por los discursos de Casado que resulta cada día más impresentable. Menos mal que los españoles viven mejor, y como se vio en Colón, por las ausencias, rehuyen los llamamientos más radicales. Será en cambio inevitable que los discursos enfrentados borren todo intento serio de análisis y proyección al futuro. El “diálogo” sepultará a la reforma constitucional; nada digamos enfrente del 155, solución para todo. Y nadie pensará en poner sobre la mesa nuevas barajas para reanudar el juego político tras las elecciones.
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