_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

La berrea

Un insulto torpe que no da en la diana humilla más a quién lo emite que al propio destinatario

Manuel Vicent
Pablo Casado habla sin control como si su lengua fuera un motor explosivo.
Pablo Casado habla sin control como si su lengua fuera un motor explosivo.ÁLVARO GARCÍA

El arte de insultar, de Arthur Schopenhauer, debería ser de lectura obligatoria para los políticos que están a punto de entrar en época de berrea ante las próximas elecciones. El insulto es el último recurso dialéctico que se utiliza para degradar y erosionar la personalidad del rival cuando los argumentos de la razón han fracasado. Pero el insulto es un arte que requiere oportunidad, conocimiento, agudeza, habilidad y un gran dominio del diccionario para dar en la diana y no hacer el ridículo. Los anglosajones suelen dotar de la máxima intensidad a los insultos bajando la voz y con la mirada puesta en el suelo; en cambio los españoles solemos insultar gritando muy engallados y en este caso no hay peor cosa para un político que mezclar la ignorancia con el mal gusto. Recientemente el líder del PP, Pablo Casado, que habla sin control como si su lengua fuera un motor explosivo, ha batido el récord en el número de improperios por unidad de tiempo contra el presidente del Gobierno y en esta descarga ha saltado el insulto “felón” que la mayoría de los españoles nunca había oído ni conocía el significado. Puede que el líder del PP tampoco supiera que en medicina el término felón se utiliza para denominar una infección de los dedos de manos y pies, llamada panadizo, que a menudo precisa un tratamiento quirúrgico. Pero históricamente ese insulto lo tiene asignado en propiedad el rey Fernando VII como reproche a su traición a los españoles que confiaron en su regreso y que terminó con el grito surrealista de “vivan las caenas”. Como agravio popular descriptivo Fernando VII también fue llamado “el rey falón”, o El Deseado, en alusión al enorme tamaño de su miembro viril. Un insulto torpe que no da en la diana humilla más a quien lo emite que al propio destinatario. Los políticos deberían tenerlo en cuenta ahora que está a punto de empezar su berrea.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Manuel Vicent
Escritor y periodista. Ganador, entre otros, de los premios de novela Alfaguara y Nadal. Como periodista empezó en el diario 'Madrid' y las revistas 'Hermano Lobo' y 'Triunfo'. Se incorporó a EL PAÍS como cronista parlamentario. Desde entonces ha publicado artículos, crónicas de viajes, reportajes y daguerrotipos de diferentes personalidades.

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_