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Michael O’Leary, el irlandés que revolucionó los cielos

El magnate de Ryanair, que cambió la forma de volar, comienza a retirarse con una fortuna estimada en casi 800 millones

Michael O’Leary, CEO de Ryanair, en un hotel de Madrid en agosto de 2017.
Michael O’Leary, CEO de Ryanair, en un hotel de Madrid en agosto de 2017.CARLOS ROSILLO
Rafa de Miguel
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Hace falta estar muy seguro de ti mismo y de tu éxito empresarial, cuando estás al frente de una aerolínea, para atreverte a sugerir que te planteas cobrar a los pasajeros por el uso del cuarto de baño en pleno vuelo. “Y por cinco libras, estoy dispuesto a limpiarles el trasero”, añadió desafiante Michel O’Leary. Ryanair ha decidido dar una patada hacia arriba al irlandés que durante 24 años ha elevado esta compañía de vuelos low cost a lo más alto, pero que por el camino ha dejado enemigos, agravios y resentimientos. O’Leary seguirá vinculado a la firma hasta 2024, pero abandonará la gestión del día a día para centrarse en las estrategias de crecimiento a largo plazo del hólding, que incluye Ryanair, Ryanair UK, Ryanair Sun y Laudamotion.

El magnate comienza a retirarse a sus cuarteles de invierno con la comodidad de cualquier multimillonario. Su fortuna personal se calcula en casi 800 millones de euros.

O’Leary no tiene el menor interés en aprender a volar —“demasiado aburrido”—. Su verdadera pasión son los caballos, y posee sus propias cuadras en Gigginstown House Stud, cerca de la ciudad de Mullingar, en Irlanda. Es en las hipódromos donde se deja ver y entrevistar. Paradojas de un ejecutivo familiar y celoso de su intimidad que basó sin embargo toda la estrategia de publicidad de Ryanair en sus comparecencias escandalosas y sus salidas de tono; en enemistarse con el resto de la industria, con la tripulación de vuelo, y con los clientes de la compañía. En cierta ocasión llegó a bromear con la idea de que sus pilotos “provocaban algo de meneo con las turbulencias” para que aumentara la compra de alcohol entre los pasajeros angustiados. Y a los que olvidaban su tarjeta de embarque al llegar al aeropuerto y tenían que pagar un recargo extra de 60 euros no dudó en llamarles “estúpidos”.

Michael O'Leary, en Dublín el pasado diciembre.
Michael O'Leary, en Dublín el pasado diciembre.David Fitzgerald (Getty Images)

Sus enfrentamientos con los sindicatos, con los grupos ecologistas y hasta con el Gobierno de Reino Unido y con la Iglesia católica —se disfrazó de Papa en uno de sus escándalos promocionales— son antológicos, y posee la rara cualidad de insultar en la misma frase a dos grupos enfrentados. “La industria de las líneas aéreas está dirigida por un puñado de bobos pusilánimes que no se atreven a enfrentarse a los ecologistas y llamarles lo que verdaderamente son, un atajo de gilipollas mentirosos”, ha llegado a decir. Y así, entre lindeza y lindeza, O’Leary convirtió la minúscula compañía de su jefe, Tony Ryan, para quien comenzó a trabajar como contable, en una de las líneas aéreas más lucrativas de la historia de la aviación. Pero, sobre todo, revolucionó el negocio cuando descubrió las penalidades por las que estaba dispuesta a pasar la gente a cambio de volar barato.

Su historia no es, sin embargo, la de un chico de origen humilde que se abrió camino a base de osadía y empuje. Nació en una familia irlandesa acomodada y se educó en Clongowes Wood, un colegio privado para élites similar al inglés Eton, y realizó más tarde estudios universitarios en el Trinity College de Dublín. Fue durante su etapa académica cuando conoció e hizo amistad con los hijos de quien más adelante le daría trabajo y la oportunidad de su vida.

La familia y los caballos son sus pasiones

El hombre que ha sido capaz de disfrazarse de Robin, el inseparable compañero de Batman, o hasta de Papa, para promover las estrategias de Ryanair, la compañía que ha hecho crecer astronómicamente, es sin embargo muy celoso de su vida privada. O’Leary encuentra su descanso en su finca de 400 hectáreas donde sigue disfrutando de largos paseos por el campo con su mujer, la ex empleada financiera, Anita Farrell y sus cuatro hijos, tres chicos y una niña, todos menores de 15 años. Pocos datos privados más manejan los medios medios irlandeses o británicos, además de que le gusta recoger castañas durante los fines de semana o cuidar de sus establos. La familia y los caballos son sus pasiones. Después están los negocios. Su infancia transcurrió en un ambiente rural, y ha buscado lo mismo para sus hijos. Evita su exposición a los medios, y procura que vean poco de la imagen pública del consejero delegado de la compañía que él ha creado durante estos años.

Inspirado en el modelo de la estadounidense Southwest Airlines, O'Leary descubrió el secreto de hipnotizar a los potenciales viajeros con precios que rozaban el ridículo y a cambio cobrarles por todos los extras: equipaje, bebida y comida, facturación de las maletas y todo lo que fuera susceptible de generar ingresos. Y, de paso, ahorrarse el dinero de las campañas publicitarias con declaraciones incendiarias que le pusieran a él y a la compañía en el escaparate de los medios. Porque si algo ha tenido claro O'Leary, al menos durante su primera etapa al frente de Ryanair, es que no existe “la mala publicidad” y que llamar la atención siempre aporta beneficios.

En 2013, sin embargo, después de convertir a la compañía en un coloso de dimensiones espectaculares, de transportar cerca de cien millones de viajeros en una flota de más de trescientos aviones y de aprovecharse al máximo de la liberalización y ventajas que ofrecía el mercado de la UE, llegaron los sustos. Los precios del combustible se dispararon y llegaron las advertencias de un descenso en los beneficios. La respuesta de O'Leary fue simple. Decidió que iba a comenzar a tratar a los pasajeros como clientes y no como enemigos. La compañía introdujo nuevas opciones como elegir asiento, calentar biberones, sitio extra para los carritos de bebés e incluso la posibilidad de llevar una pequeña bolsa de mano sin tener que pagar una sanción extra a la hora de embarcar. Ryanair se humanizó, fruto de una crisis de madurez de la compañía y del ejecutivo que la había dirigido con mano dura y sin contemplaciones durante todos esos años.

O'Leary incluso se ha vuelto proeuropeo, espantado por todos los daños que el Brexit ha ocasionado, y va a ocasionar, a Reino Unido, y colateralmente a Irlanda. “La UE recibe muchas críticas injustas de Reino Unido, pero ha traído muchas ventajas a la economía de ese país. Y necesita gente como yo, compañías como la nuestra, para defenderla”, explicaba al Financial Times hace cuatro años. Si decide embarcarse en esta nueva cruzada, publicidad no le faltará a Bruselas.

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Sobre la firma

Rafa de Miguel
Es el corresponsal de EL PAÍS para el Reino Unido e Irlanda. Fue el primer corresponsal de CNN+ en EE UU, donde cubrió el 11-S. Ha dirigido los Servicios Informativos de la SER, fue redactor Jefe de España y Director Adjunto de EL PAÍS. Licenciado en Derecho y Máster en Periodismo por la Escuela de EL PAÍS/UNAM.

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