Un superviviente de la tragedia del Tarajal: “Aquella madrugada le di un abrazo a la muerte”
Un joven camerunés, herido por una bala de caucho de la Guardia Civil, relata su experiencia por primera vez cuando se cumplen cinco años de la muerte de 14 migrantes
Manfred Kolla no sabe que el pasado agosto la justicia reabrió por segunda vez la investigación por la muerte de 14 de sus compañeros en la tragedia del Tarajal. Tampoco que nunca se escuchó a los testigos. Nunca le contó a nadie que con 14 años intentó cruzar a nado un paso fronterizo entre Ceuta y Marruecos, pero la Guardia Civil le disparó una bala de caucho que le atravesó la garganta, frenó en seco su camino y le dejó una cicatriz que hoy se toca con la punta de los dedos. “Me podría olvidar de la fecha de mi cumpleaños, pero nunca podré olvidar el 6 de febrero de 2014 porque ese día le di un abrazo a la muerte”, afirma sentado en un banco del parque del Retiro en Madrid. Nunca denunció los hechos, dice, porque prefirió callar para seguir viviendo.
El plan era fácil y rápido. No tenían que nadar mucho, solo bordear un espigón que se adentraba en el agua y llegar a la playa del Tarajal. Manfred recuerda que aquella madrugada se rumoreaba que iban a intentar llegar a territorio español. “Como nunca, vinieron cientos de chicos”, dice. Decidieron adentrarse en el agua entre las 5.30 y las 6 de la madrugada porque pensaban que los policías estarían aún durmiendo. Manfred no fue de los primeros en meterse, pero enseguida decidió seguir a los más osados, y se adentró en el agua. “La gente cruzaba y cruzaba. Diez minutos después, llegó la Guardia Civil y todo se puso negro”.
Las imágenes de las cámaras de seguridad y de los móviles de algunos testigos muestran a los agentes de seguridad abriendo fuego hacia el mar desde tierra. Disparaban balas de goma y gases lacrimógenos. La Audiencia aún investiga si se las disparaban a los migrantes directamente o al agua para disuadirlos. “Había mucha gente que no sabía nadar. El gas y las balas hicieron que en unos minutos empezáramos a ver cadáveres flotando”, explica Manfred.
¿Qué es lo que llevó a un niño, que no había cumplido los quince años, intentar una travesía tan peligrosa como incierta? Una vez que Manfred pisó Marruecos, sintió que ni era niño, ni era nada. Vivía sin techo, sin comida y sin ropa con el único propósito de llegar a Europa y de conseguirlo tras los intentos que fueran necesarios. No descartó ningún plan: saltó la valla, nadó en dirección a Ceuta y finalmente cruzó el Estrecho en patera, que fue el definitivo.
“Allí no tienes a nadie que te llame niño ni que te trate como a un niño. Te tienes que defender tú”. Por eso cuando los demás se lanzaron al agua, él también quiso meterse. Tampoco tenía nada que perder. En Camerún lo esperaban una madre sin recursos que no pudo seguir manteniéndolo cuando nació su hermana menor. “En la batalla de esa madrugada había muchos más niños”, dice, precisando que su caso no es extraordinario.
Cuando repasa los vídeos de aquella madrugada, Manfred se rompe. Toda la contundencia que muestra al expresarse, se tambalea al recordar a los que murieron aquel día. Le tiembla la voz cuando se pregunta si existen los derechos humanos para los migrantes que se agolpan en las fronteras europeas: “Si ves el trato que nos reservaron esa noche, diría que no”. Ya han pasado cinco años, pero hay un pensamiento que retumba en la cabeza de Manfred: “¿Quién hace justicia cuando una persona vale menos que otra?”.
El 6 de febrero es un día muy triste para él, pero a la vez es inmensamente feliz porque siente que volvió a nacer. Al caminar por las calles del barrio de Salamanca, donde trabaja de ayudante de cocina, no puede evitar sentirse orgulloso de sí mismo. “Hay personas que me hicieron mal pero hay muchas otras que hicieron cosas buenas por mí”, reflexiona minutos antes de que empiece el turno de la cena en su restaurante. Lo celebra luchando por el mismo motivo por el que, después de aquel día, volvió a intentar entrar a España: que su hermana pequeña pueda ir al colegio.
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