Cuerpos sin cabeza
¿Puede ser consciente de su sufrimiento una cabeza separada de su cuerpo o es cosa de la literatura fantástica?
Hay relatos de ficción capaces de influir en el pensamiento de la época, llegando incluso a abrir el debate científico. Un ejemplo de esto es la novela Los mil y un fantasmas. Fechada en 1849, la citada obra es una colección de relatos de terror contados a la manera testimonial por Alejandro Dumas.
Todo empieza cuando el escritor es invitado a cazar a la villa de Fontenay, donde va a ser testigo de la confesión de un hombre que pide ser encerrado por asesinar a su esposa. Parece ser que acaba de decapitarla con una espada ¿Creéis que puede hablar una cabeza separada del cuerpo? Pregunta el criminal a los presentes, entre los que se encuentra el propio Dumas.
¿Es consciente de su agonía una cabeza separada de su cuerpo? El estupor ante los interrogantes llevó al fisiólogo Charles-Edouard Brown-Sequard a experimentar con un perro. Quería demostrar que la cabeza del animal seguía viva una vez separada del cuerpo. Ocurrió en 1857. Con esto, Brown-Sequard no se planteaba algo nuevo, en realidad estaba recogiendo los experimentos del también fisiólogo Julien-Jean- César Legallois, quien mantuvo que el asunto era posible si, a través de las venas cortadas, se hacía llegar la sangre suficiente a la cabeza.
Cuando Brown-Sequard consiguió realizar su experimento, percibió contracciones voluntarias en los ojos y el hocico del animal, lo que lleva a suponer que un siglo antes, el médico francés Jean-Joseph Sue estuvo cerca al proponer que se experimentase con los reos que iban a ser guillotinados. La propuesta de Jean-Joseph Sue consistía en pactar un código de señales que la cabeza, una vez separada del cuerpo, tenía que emitir con los ojos y la boca. Con esto, el invento de la guillotina se reafirmaba en su dimensión científica.
Son cosas que se cuentan en un libro repleto de pistas y mutilaciones basadas en hechos reales. Nos referimos a El científico loco (Alianza) de L. Garlaschelli y A. Carrer. En una de sus notas a pie de página, nos hablan de la novela de Dumas, Los mil y un fantasmas, y de su influencia en el imaginario colectivo de la época.
Otra de las historias feroces que se cruzan en la citada novela de Dumas nos cuenta la ejecución pública de Charlotte Corday, mujer de cabeza “orgullosa y enérgica” que contemplaba el cadalso con una sonrisa. Su cabeza, en vez de caer al cesto, rodaría por los tablones. Fue uno de los ayudantes del verdugo el que la agarró por los pelos y se la ofreció a la multitud con grosería. Acto seguido, le pegó un bofetón; un tortazo que no solo iba a sonrojar la mejilla golpeada, sino también la otra. Es el rubor de la vergüenza que, a su vez, la multitud percibe, abucheando al ayudante del verdugo.
La guillotina no dejaría de funcionar en Francia hasta septiembre de 1977. La última cabeza en caer al cesto sería la de Hamida Djandoubi, condenado a muerte por haber asesinado a su antigua pareja. Hasta entonces, el invento de cirugía terminal aplicado al delito, había originado opiniones científicas muy diversas en lo que se refiere al tema del sufrimiento, cuando la cabeza se separa del cuerpo.
A principios del siglo XX, el doctor Gabriel Beaurieux asistió a la ejecución por guillotina de Henri Languille. El doctor se dio cuenta de los movimientos de los ojos y de la boca, una vez que la cuchilla había seccionado la cabeza del cuerpo. No contento, el doctor agarró la cabeza recién cortada y dijo en voz alta su nombre: “¡Languille!”. El mismo Beaurieux cuenta cómo se levantaron los párpados, sin espasmos, de una manera peculiar y cómo los ojos despertaron, clavándose en los suyos.
Al final, entre todos, iban a conseguir que fuese cierto lo que contaba el ayudante del verdugo en el relato de Dumas, cuando aseguró verse obligado a cambiar de canasta cada tres meses porque las cabezas las destrozaban con la rabia de sus dientes.
El hacha de piedra es una sección donde Montero Glez, con voluntad de prosa, ejerce su asedio particular a la realidad científica para manifestar que ciencia y arte son formas complementarias de conocimiento.
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