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Columna
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Una injerencia legítima y debida

Es lamentable que una crisis internacional en un país tan cercano sentimentalmente no haya provocado unanimidad y consenso en la política exterior de nuestro país

Francisco G. Basterra
Manifestación en Costa Rica a favor de Juan Guaidó.
Manifestación en Costa Rica a favor de Juan Guaidó.Jeffrey Arguedas (EFE)

Venezuela y el desarrollo de las horas críticas que vive el país, con las mayores reservas probadas de petróleo del mundo, pero sumido en la hambruna, arrasado por el desgobierno, no es contemplado solo como un problema internacional por los españoles. No debe serlo: La Guaira fue un puerto seguro de entrada para miles de españoles, vascos en su mayoría, derrotados tras la Guerra Civil. Desde finales del siglo XVII, el éxodo canario a Venezuela, considerada como la octava isla canaria, huyendo de la pobreza para forjarse una nueva vida, estrechó el Atlántico.

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Hoy, la huida del chavismo y la miseria de un país de 30 millones, antaño muy rico, ha provocado una riada de venezolanos hacia España en búsqueda de seguridad y trabajo. Una ruta histórica de ida y vuelta que ha creado sólidos lazos humanos, familiares. Ocurre con Venezuela un poco lo que con Cuba, que provoca los mismos sentimientos de historia y un sentir común.

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Es lamentable que una crisis internacional en un país tan cercano sentimentalmente no haya provocado unanimidad y consenso en la política exterior de nuestro país, una política que debiera ser de Estado no dependiente de las luces cortas electorales. Lamentable naufragio de la oposición de derechas y de un Podemos deshilachado. Porque Sánchez ha acertado.

La audacia de Juan Guaidó, la rápida acumulación de fuerzas, la unidad opositora que ha logrado y el amplio apoyo internacional, permiten pensar que el resquebrajamiento del chavismo, que ha destrozado la economía —la producción de petróleo es inferior a la de los años cincuenta— y provocado el mayor éxodo de la historia de Latinoamérica, no tiene marcha atrás. Venezuela ya es un Estado fallido incapaz de proveer de lo necesario a sus ciudadanos.

Guaidó actúa con inteligencia y prepara una amnistía para la cúpula militar, el propio Maduro y el funcionariado. Afirma que el chavismo tiene un lugar electoral en Venezuela. Cree que el empujón final lo darán los propios militares, como ocurrió en enero de 1958, cuando la Marina y la Aviación dieron un golpe para derrocar a la dictadura militar de Pérez Jiménez, que acabó sus días exiliado en España.

La clave de la salida pacífica es que Trump y EE UU descarten cualquier tipo de intervención militar. Sería un salvavidas para la permanencia de Maduro. Claro que la operación Guaidó ha sido coordinada y asesorada desde Washington. Claro que Trump no es el Bolívar del siglo XXI y que EE UU no ha sido precisamente partero de la democracia en Latinoamérica.

Sí se puede, gritan muchos en las calles de Caracas. Pero no va a ser fácil. El golpe blando constitucional, la evidente injerencia en los asuntos de un país soberano, sancionado por la Asamblea Nacional, única institución democrática que sobrevive, puede ampararse bajo la doctrina onusiana de la responsabilidad de proteger, para librar a la población civil de un Gobierno manifiestamente injusto, tiránico y corrupto. La injerencia es legítima y debida.

fgbasterra@gmail.com

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