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AHORA QUE LO PIENSO
Columna
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¿Qué diría doña Emilia?

Algunos de los cuentos de Pardo Bazán podrían haberse escrito hoy

Edurne Portela
Manifestación en Madrid en diciembre de 2018.
Manifestación en Madrid en diciembre de 2018. Susana Vera (Reuters)

He leído recientemente los cuentos de Emilia Pardo Bazán recogidos en El encaje roto: Antología de cuentos de violencia contra las mujeres (editorial Contraseña). Leer a Pardo Bazán en el actual contexto de reimpulso feminista, agudizado por el peligro que corren nuestros derechos debido al auge de la ultraderecha, ha reafirmado mi admiración por su profunda comprensión de la situación de la mujer.

Dirán que mucho ha cambiado desde su época: tenemos derecho al divorcio, integración en la educación y vida laboral, derecho a la contracepción y a la interrupción del embarazo, una ley contra la violencia de género. Institucionalmente y por ley la mujer es un sujeto ciudadano pleno. Pero esto que en el papel está claro, en la realidad no tanto, sobre todo cuando vemos a jueces que siguen aplicando una concepción patriarcal de justicia, o notamos la diferencia salarial, la discriminación laboral, la normalización de la violencia contra la mujer, etcétera. A pesar de que nos quedan muchos motivos para seguir luchando (insisto, y más ahora), hay un marco legal y político, una base que defender y desde la que trabajar. Pardo Bazán estaba convencida de que estos avances iban a llegar, que con una reforma de la educación la igualdad real era inevitable, y que con todo ello se subsanarían los problemas íntimos de las mujeres a los que dedicó buena parte de su obra.

Pardo Bazán describió las múltiples facetas del maltrato femenino, tanto físico (del que Marta Sanz habló en otra columna para este periódico) como psicológico. Algunos de sus cuentos podrían haberse escrito hoy. En El revólver, por ejemplo, después de un año casada la protagonista empieza a notar un cambio en el marido, provocado por “unos celos violentos, irrazonados, sin objeto ni causa”. El marido aísla progresivamente a su mujer, que queda “separada ya de mis amigas, de mi parentela, de mi propia familia”. Un día el marido le anuncia: “El día que note algo que me hiera en el alma, ese día sin quejas, ni escenas (…) me levanto de noche calladamente, cojo el arma, te la aplico a la sien y te despiertas en la eternidad”. El pánico se instala en ella, se vuelve insomne, tiene miedo de moverse por la casa, de salir a la calle y provocar la ira del marido. Vive así durante cuatro años, hasta que el marido muere y ella descubre que el revólver no estaba cargado. No le hizo falta cargarlo para conseguir lo que quería: que ella internalizara el miedo de tal forma que perdiera su voluntad.

¿Acaso este cuento les suena antiguo? ¿Cuántas mujeres, sometidas a la amenaza constante, al control violento de sus parejas, no acaban siendo anuladas? En el artícu­lo La mujer española (1907), decía Pardo Bazán: “La enfermedad que arrebata a tantas españolas es la navaja, esgrimida por celosas y brutales manos”. Pero para ella el problema no era sólo el individuo violento, sino también las instituciones que dominaban la vida de la mujer: el matrimonio era una cárcel, la Iglesia controlaba la educación e imponía una moral que sometía a la mujer al padre o al marido, la justicia encubría o incluso defendía al maltratador. ¿Qué diría Pardo Bazán al ver que en 2019 el feminicidio sigue vigente, que la igualdad real aún no ha llegado, que aquellos derechos que ella anhelaba están siendo cuestionados? La respuesta ya está en sus páginas, escritas hace casi 100 años.

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