¿Cómo superar los obstáculos de la vida?
La madurez inevitablemente trae consigo dificultades, una actitud adecuada y un afrontamiento tenaz es una excelente fórmula

Aprender a montar en bicicleta es probablemente la primera lección que uno interioriza sobre la adversidad. Uno tiene ante sí un enorme desafío que salvo excepciones no resulta sencillo. Por lo que lucha contra el temor para dejarlo finalmente atrás. La filosofía zen asegura que en ese primer viaje en bicicleta están inscritos todos los demás viajes que uno realizará a lo largo de su vida. Los mismos aciertos. Idénticos errores. Podríamos decir incluso que nos mantenemos fieles a nuestra forma de equivocarnos. Un viejo psicoanalista decía que un error se repite eternamente hasta que no lo resolvemos.
Cada persona que su cruza con nosotros está librando una importante batalla. Tan descomunal a veces como el constante dolor físico o emocional. Sinceramente debo decir que esos héroes silenciosos poseen toda mi admiración. Porque pese a tener tanto en contra mantienen una sonrisa y son amables con el resto. Por supuesto hay quien no. Pero supongo que no todo el mundo posee el mismo carácter ante la dificultad. Desfallecen antes e innecesariamente hacen pagar a los demás su frustración. Quizá no son conscientes de que no sirve de mucho. Y que ese peso que arrojan sobre los otros únicamente aumenta el suyo.
Es curioso como la vida conserva una particular perseverancia. Nos regala lo inmejorable y lo terrible. A menudo, al mismo tiempo. Un buen amigo siempre me asegura con rotundidad que lo que nos sucede es lo mejor que nos podría ocurrir. Habrá argumentos en contra. Pero tantísimos a favor que sorprende. De hecho, es posible que no tengamos la peor de las opciones. Incluso puede que alguien nos acompañe y cuide de nosotros. Eso es más que suficiente. Todos sabemos que tener a alguien al lado cuando comienzas a pedalear es esencial. No por la técnica o la pericia equilibrista. Que en el fondo eso es montar en bicicleta. Sino por el apoyo y la comprensión ante el enorme reto.
Somos afortunados. Y muy en el fondo lo sabemos. Nunca estará todo perdido después de caer y levantarse. Exactamente igual que aquella primera vez. Cuando las insistentes heridas en las rodillas dejaban ver que aún quedaba mucho por hacer. Cada vez un poco más lejos. Lenta y progresivamente. En esa obstinación que todos adoptamos cuando hay algo importante de verdad. Y finalmente uno acaba por pedalear y sentir el viento en la cara. Con esa formidable e irrepetible sensación. Pensando que quizá es lo mejor que podía ocurrir.
*Julio César Álvarez es psicólogo y escritor
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