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Milan Fashion Week: ¿Y si a pesar de todo resulta que vuelve el traje?

Puede que no sea como la de nuestros padres, pero después de varias temporadas llenas de disfraces de pandillero, los desfiles masculinos van avisando: lo próximo es la sastrería

Ermenegildo Zegna desfiló en la Estación Central de Milán. Alessandro Sartori, su diseñador, firmó un desfile que mezclaba trajes, ropa informal y futurismo posapocalíptico.
Ermenegildo Zegna desfiló en la Estación Central de Milán. Alessandro Sartori, su diseñador, firmó un desfile que mezclaba trajes, ropa informal y futurismo posapocalíptico.
Daniel García López

Ha llegado el Apocalipsis. Pero uno sin consecuencias catastróficas: la pasarela masculina de Milán, que concluyó este lunes después de un fin de semana de desfiles, está empezando a sustituir el imaginario urbano de camisetas, logos y hip hop, que llegó al punto de saturación la pasada temporada, por un estilo con elementos de un futuro posnuclear. Esa fue la apuesta de Alessandro Sartori, el viernes por la noche, en su colección para Ermenegildo Zegna Couture.

La casa italiana, antes conocida por sus trajes clásicos y, últimamente, por haber renovado el armario masculino a base de versiones sofisticadas de las sudaderas y las zapatillas deportivas, presentó una evolución de esa idea que incluía pantalones militares con cinchas en la pernera, contundentes botas a lo Blade Runner, cazadoras cortas y voluminosas y petates sobredimensionados. Una propuesta que indagaba en los aspectos más rudos de la masculinidad, pero bien enfocada, comercialmente plausible y convenientemente presentada a ritmo de techno.

Zegna abrió un calendario de colecciones de hombre marcado por cada vez más numerosas ausencias (algunos de los nombres más importantes han mudado sus desfiles a París o muestran colecciones para ambos sexos en la semana de mujer), y por un futuro lleno de pilotos rojos: la desaceleración del crecimiento chino, la amenaza de recesión a nivel mundial y una limitada perspectiva de crecimiento para la industria del lujo en general, en parte consecuencia de lo anterior y en parte culpa de la creciente inestabilidad política.

En Versace, el pantalón de traje va bien con una chaqueta de chándal estampada con motivos lujosamente sadomasoquistas.
En Versace, el pantalón de traje va bien con una chaqueta de chándal estampada con motivos lujosamente sadomasoquistas.

Sin embargo, ninguno de estos problemas estaba sentado en el desfile de Versace la tarde del sábado. La firma sirvió una buena ración de optimismo, azuzado por una banda sonora que mezclaba arias de ópera con fragmentos de la canción Supermodel of the world, de RuPaul, la drag queen estadounidense que lidera RuPaul Drag Race: el concurso televisivo que se ha convertido en una superpotencia del entretenimimiento mundial (sus estrellas vienen de gira a España en abril).

El desfile era un homenaje a aquellos héroes de discoteca de los años noventa, o “una idea del hombre que rompe estereotipos”, decía la diseñadora en las notas del desfile. “Contonéate a la salida”, atronaba RuPaul en inglés por los altavoces, y allá iba un modelo ataviado con un abrigo de falso leopardo, cabeza rapada y teñida a juego y una camisa llena de logos de Ford. O con poderosa sastrería, seda estampada y arneses sadomasoquistas. El sexo, el exceso y el pop son parte del legado de esta casa italiana, y últimamente ha sabido recuperarlos con éxito. Tanto que su líder, Donatella Versace, vendió la mayoría de su compañía al fondo estadounidense Capri Holdings, por casi dos mil millones de euros, el pasado septiembre. En un mercado saturado, las firmas con una identidad sólida siguen valiendo su peso en oro, y eso es algo que había que celebrar (por mucho que, en una actualidad global señalada por el retroceso social y el recorte de libertades, fuera inevitable pensar dónde terminaba la celebración y dónde empezaba el escapismo).

Francesco Risso ha redoblado el espíritu extravagante de Marni, firma para la que diseña desde 2016. Esta vez, con un cruce de imágenes que unen lo onírico con Kurt Cobain.
Francesco Risso ha redoblado el espíritu extravagante de Marni, firma para la que diseña desde 2016. Esta vez, con un cruce de imágenes que unen lo onírico con Kurt Cobain.

Marni se ha asegurado un buen sitio en el calendario gracias al grungismo surrealista de su diseñador, Francesco Risso. Kurt Cobain era la referencia evidente tras las melenas descoloridas y las rebecas dadas de sí de la colección, pero Risso se había inspirado en Allegro non troppo, la onírica película de animación –una versión de Fantasía– que Bruno Bozzetto dirigió en 1976. Fantasía había un rato, pero también realidad comercial. No hay que olvidar que Marni es una de las firmas que apuntalaron esa categoría de moda tan genuinamente italiana: la burguesía excéntrica, o el uniforme del profesional liberal con inquietudes (y buen sueldo).

Dolce & Gabbana presentó su colección del otoño que viene en un tono menos extravagante. Esta vez no había ni influencers adolescentes sobre la pasarela ni guiños infantiles en las prendas, sino un escenario entelado donde un grupo de sastres de la casa escenificaban su profesión, y un maestro de ceremonias que iba presentando cada modelo con explicaciones entre humorísticas e informativas. Pero no había ironía en un perfecto abrigo blanco, en las chaquetas cruzadas con pantalón ancho o en los trajes de tres piezas de pata de gallo. Ni tampoco en el hecho de que la moda urbana hubiera sido relegada a poco más que un guiño en toda la presentación.

'Eleganza' era el título del desfile de Dolce & Gabbana. Era irónico, pero también literal, porque la colección era un homenaje a lo mejor de la sastrería de los años treinta.
'Eleganza' era el título del desfile de Dolce & Gabbana. Era irónico, pero también literal, porque la colección era un homenaje a lo mejor de la sastrería de los años treinta.

Puede que zapatillas, sudaderas y demás distintivos del estilo millennial se hayan hecho fundamentales para la industria del lujo (solo el 10% de las compras online de este sector es ropa formal), pero se han integrado en la oferta, igual que en la vida misma, y en su lugar empieza a ganar enteros la sastrería y también cierta sensación de elegancia recobrada. Gris y entallada en Emporio Armani. En negro y beis, y con cierto aire años setenta, en Fendi, que rendía homenaje a Karl Lagerfeld, eterno colaborador de la casa.

Prada abrió su desfile con un traje negro sobre la piel. Luego subió la apuesta colocándole un cárdigan de lana encima.
Prada abrió su desfile con un traje negro sobre la piel. Luego subió la apuesta colocándole un cárdigan de lana encima.

Y con tinte oscuro para Prada, que introdujo trajes de tres botones negros, y una serie de pantalones y chaquetas en franela militar que servían como contrapunto a prendas más audaces: coloridas rebecas de punto con parches de peluche, jerséis de lana con mangas de nailon o camisas negras de manga corta estampadas con estridentes flores o con cabezas de Frankenstein, que bien podría ponerse los zapatones de charol que completaban muchas de las salidas. El desfile estaba inspirado en las películas clásicas de terror, una reacción comprensible al mundo que nos ha tocado vivir, y tuvo lugar en una enorme sala de la Fondazione Prada, esa utopía llena de arte contemporáneo, diseñada por Rem Koolhaas, que Miuccia Prada ha abierto a las afueras de Milán. Una de cal y otra de arena de quien sigue siendo la voz de la conciencia, y de la inteligencia, de la moda italiana.

Jerséis para distancias cortas

Una de las ventajas colaterales de la diáspora de grandes firmas de la pasarela masculina de Milán es que nombres que antes habrían ocupado una nota al pie ahora disfrutan de mayor atención. Es el caso de Missoni, que tiene más de medio siglo de historia pero ya no celebra desfile de hombre, así que la ropa se podía ver colgada en su showroom, entre las sinuosas esculturas de Antón Álvarez, el artista sueco-chileno que le sirvió de inspiración. La particularidad de esta empresa familiar italiana está en las prendas multicolores que ellos mismos tejen en su fábrica, y que solo se aprecian de cerca. Esta vez, en lugar del característico zigzag con colores en contraste, había delicados degradados, o prendas reversibles que solo mostraban su riqueza en el interior. "No hemos pensado en nuestro cliente como el artista, sino como el galerista. Es ropa clásica pero con un lado excéntrico", explicaba el diseñador, Mayur Ghadialy. Pero que nadie espere un Missoni soso: había esmóquines tejidos con pantalón acampanado y camisas con hilo de lamé, y un jersey hecho a mano con tubos de punto cosidos encima, en alusión a las esculturas de Álvarez. La de Ghadialy es una propuesta tan técnicamente sofisticada como estéticamente difícil de imitar. "Nuestro color burdeos tiene nueve tonos de burdeos", advierte. "Somos una firma de producto. No vendemos tonterías".

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Sobre la firma

Daniel García López
Es director de ICON, la revista masculina de EL PAÍS, e ICON Design, el suplemento de decoración, arte y arquitectura. Está especializado en cultura, moda y estilo de vida. Forma parte de EL PAÍS desde 2013. Antes, trabajó en Vanidad y Vanity Fair, y publicó en Elle, Marie Claire y El País Semanal. Es autor de la colección ‘Mitos de la moda’.

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