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Columna
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El estómago

No solo se rompe un país desde el secesionismo y una izquierda aquejada de superioridad moral, también desde el interés por fomentar una división radical entre los ciudadanos

David Trueba
García Egea, secretario general del PP, y Ortega Smith, secretario general de Vox, intercambian los papeles del acuerdo. Al fondo, izquierda, el futuro presidente de la Junta, Moreno, del PP, con Serrano, de Vox.
García Egea, secretario general del PP, y Ortega Smith, secretario general de Vox, intercambian los papeles del acuerdo. Al fondo, izquierda, el futuro presidente de la Junta, Moreno, del PP, con Serrano, de Vox. PACO PUENTES

La parte positiva del cambio de gobierno en Andalucía sería solucionar la anomalía de que durante más de tres décadas esté un mismo partido en el poder. La democracia es alternancia y aquellas regiones donde no se producen estos relevos necesarios se sumen en formas más o menos sutiles de clientelismo. La parte negativa es que para alcanzar el gobierno andaluz, los dos partidos que se reparten al votante conservador hayan pactado con una formación cuya visión del país tiende a la ruptura nacional, algo que ellos se hartan de denunciar. No solo se rompe un país desde el secesionismo y una izquierda aquejada de superioridad moral, también desde el interés por fomentar una división radical entre los ciudadanos, a los que se obliga a desvincularse de la otra mitad y a relacionarse con ellos como enemigos a los que humillar. En Europa los partidos conservadores niegan oxígeno a las formaciones que les han crecido en el extremo derecha, pero la aritmética parlamentaria termina por vencer a todo discurso racional.

Lo más preocupante, sin embargo, es que en teoría económica el mundo conservador vuelve al poder sin haberse planteado en estos años ningún esfuerzo serio por reformular sus claves. Al menos los pensadores socialdemócratas reconocen sus carencias para enfrentarse al cambio de paradigma tecnológico, al comercio virtual y a la destrucción de la clase media. Esforzarse por dar con reformas de sentido práctico para la ciudadanía sería una prioridad. Pero desde los tanques de pensamiento neoliberales solo hay satisfacción y dogmatismo. Ni siquiera les basta comprobar cómo Estados Unidos enfrentó la crisis financiera con mejores armas que la Europa del austericidio. Los recortes sociales y las reformas laborales para fabricar empleos basura que maquillen las estadísticas no son buena receta. Menos aún bendecir la desigualdad con atajos contables como el de vender los pisos de protección oficial a fondos buitre, algo que sucedió en el Ayuntamiento y la Comunidad de Madrid con gobiernos del PP. Aumentan los polos de radicalismo porque el miedo alimenta la fabricación de salvapatrias, de liderazgos oportunistas bajo la careta de la mano dura que todo lo resuelve.

Para entender esta crisis de pensamiento basta asomarse a la lista de donantes que durante los últimos años ha nutrido el mayor tanque intelectual de la derecha en nuestro país, la fundación FAES. En plena crisis recibió millones de aportaciones de la nómina de empresas que en España tienen voz y mando. Se esperaban ideas, quizá algo de imaginación. Pero no llega nada. Y para rematar la jugada recibieron inyecciones de varios millones de euros de hasta cuatro ministerios. Es dinero público que se destina a teorizar sobre lo terribles que son las subvenciones. Vamos, es como si el cepillo de la iglesia se utilizara para pagar a una escuela de ateos. Lo curioso es que nadie repara en el hecho de que quienes más predican la mano dura menos se la aplican a sí mismos. Sus teorías fomentan un mercado dopado para unos y machacado para los otros, con fiscalidades que fomentan agravios en los que, mira tú qué coincidencia, el fuerte gana siempre al débil por goleada. El poder necesita inteligencia. Si no, es solo un atajo para llevárselo crudo. Lo llaman think tank, pero tiene más de tanque que de pensar. Eso sí, el estómago de los españoles traga con todo. En aparato digestivo no hay quien nos supere.

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