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Columna
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Confrontación

Ante el éxito de la provocación electoral emprendida por la derecha neocon, la única respuesta de la izquierda en declive es tratar de rearmar un frente antifascista

Enrique Gil Calvo
Ortega Smith (Vox) y García Egea (PP) se saludan tras la sesión constitutiva del Parlamento de Andalucía.
Ortega Smith (Vox) y García Egea (PP) se saludan tras la sesión constitutiva del Parlamento de Andalucía.alejandro ruesga (EL PAÍS)

El reto de Vox atacando las políticas de igualdad e independencia femenina era de esperar. Pero la gran sorpresa es que el Partido Popular lo haya comprado, rompiendo uno de los grandes consensos democráticos. Y la única explicación de semejante provocación es electoralista. Como buscan rentabilizar el resentimiento masculino por su mengua de supremacía, por eso proclaman el despertar del macho alfa poderoso y en lucha: un tipo duro, amenazador y desafiante, que se ofrece como proveedor de protección y seguridad. De ahí que también les voten las mujeres dependientes más vulnerables y desprotegidas. Es el nuevo encuadre de la derecha neocon, desde Trump a Salvini, desde Bolsonaro a Abascal, desde Teodoro García Egea a Pablo Casado con Vox.

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Y esto se inscribe en la estrategia de confrontación política inaugurada en los años noventa por la revolución neoconservadora de Newt Gingrich, proseguida después por el Tea Party contra Barack Obama y hoy globalizada por el escandaloso éxito de Donald Trump. Ahora la derecha desprecia el moderantismo conservador y hace política al ataque rompiendo los viejos consensos morales, desatando guerras culturales y abriendo conflictos contra enemigos a los que condenar.

Lo cual es una novedad, porque hasta ahora la política del conflicto y la confrontación era una bandera de la izquierda, desde que Marx hizo de la lucha de clases el motor de la historia. También en las ciencias sociales los conservadores sacralizan el consenso mientras los críticos hacen del conflicto la palanca del cambio social. Y recientemente ha sido Chantal Mouffe, recuperando la dialéctica del amigo y el enemigo de Carl Schmitt, quien ha erigido el antagonismo como principio regenerador de la democracia, degradada por el consenso consociativo. En esa línea se fundó Podemos, haciendo bandera de la conflictividad política en lucha contra el establishment.

Por eso ahora, ante el éxito de la provocación electoral emprendida por la derecha neocon, la única respuesta de la izquierda en declive es tratar de rearmar un frente antifascista, capaz de enardecer a sus desmovilizadas bases electorales. Con ello, la confrontación entre ambos extremos de la polarización política está servida. Pero con una notable diferencia desequilibradora. Y es que en semejante contienda la embriagada derecha juega al ataque porque está en alza y va en cabeza, lo que le hace creer que la historia corre a su favor. De ahí su ruido y su furia, su fanfarronería arrogante y su escalada de infundios e injurias. Mientras que la desmoralizada izquierda juega a la defensiva porque puntúa a la baja y se bate en retirada. De ahí que pueda pronosticarse que esta partida la ganará la derecha montaraz.

Pero queda como consuelo una vieja moraleja: más dura será su caída. Estos lances de fortuna son cíclicos por su propia naturaleza, y como dicen en las Bolsas, todo lo que hoy sube algún día habrá de bajar. Hace un lustro Podemos parecía capaz de asaltar los cielos, y hoy en cambio no hay nadie que apueste por ellos. Y con el vanidoso pavoneo de los gallitos de Vox y compañía pasará igual.

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