Un robot entre mayores
Se llama Zora y es un humanoide de última generación. Su misión es cuidar a las personas ancianas. Cuesta 16.000 euros y se encuentra en hospitales de todo el mundo. Hemos compartido unas jornadas con él en una residencia de mayores en Francia donde ya se ha convertido en el mejor amigo de los pacientes.
ES ZORA. Así se llama. Puede que no parezca gran cosa. Tiene el aspecto de ser más un juguete bonito de última generación que una maravilla futurista, pero en realidad este robot es la base de un experimento en Francia para revolucionar la atención a los ancianos. Y está funcionando.
Cuando Zora llegó a Jouarre, una residencia de personas mayores a una hora de París, empezó a pasar algo extraño: muchos pacientes desarrollaron un vínculo emocional con este ingenio robótico y lo trataban como a un bebé. Lo abrazaban, arrullaban y daban besos. Zora, que cuesta hasta 16.000 euros, ofrecía algo muy valioso para un mayor: compañía, en un lugar en el que la vida puede resultar solitaria. Los pacientes del hospital de mayores padecen demencia y otras enfermedades que requieren cuidados las 24 horas. Sin embargo, las familias no hacen muchas visitas a sus abuelos y el personal de asistencia psicológica siempre es escaso.
El enfermero que supervisa a Zora controla al robot desde su ordenador portátil. A menudo se esconde para que los pacientes no sepan que es él quien lo maneja. El ingenio puede mantener una conversación con los internos porque el enfermero teclea palabras en el portátil para que él las pronuncie. Algunos pacientes se refieren a Zora como “ella” y otros como “él”.
A la robótica le queda un largo camino que recorrer antes de que exista una posibilidad realista de tener un enfermero humanoide. Y Zora no es una excepción. No administra medicamentos, ni toma la tensión, ni cambia las sábanas. En Jouarre, algunos empleados son críticos con él y consideran que es una herramienta superflua que solo “mantiene entretenidos a los pacientes”, según una de las enfermeras, Sophie Riffault.
Una compañera suya, Nathalie Racine, afirma que no dejaría que un robot alimentase a los pacientes aunque pudiese hacerlo. Los seres humanos no deberían delegar en las máquinas situaciones tan íntimas. “Nada podrá sustituir jamás al toque humano, a la calidez personal que necesitan nuestros pacientes”, asegura Nathalie.
Sin embargo, la experiencia en la residencia de Jouarre nos permite hacernos una idea del futuro cuando nuestra dependencia de los robots sea total para cuidar a nuestros seres queridos a medida que envejezcan.
ZoraBots, la empresa belga que proporciona el robot de Jouarre, asegura que ha vendido más de 1.000 unidades a centros de atención sanitaria en todo el mundo, incluidos Estados Unidos, Asia y Oriente Próximo. Forma parte del creciente énfasis en la robótica centrada en la atención médica. Un perro robot fabricado por Sony ya se comercializa como compañero para ancianos. “Tenemos que luchar contra la soledad de la gente mayor”, señala Tommy Deblieck, consejero delegado de ZoraBots.
Dar a los robots más responsabilidad para cuidar de la gente en el ocaso de sus vidas puede parecer una posibilidad remota, pero muchos ya la consideran inevitable. La población de mayores aumenta sin parar. En 2050, el número de personas con más de 60 años llegará hasta los 2.100 millones, según Naciones Unidas.
Y esas cifras apuntan a una nueva crisis. Sencillamente no habrá suficiente gente para cubrir los puestos de trabajo que requiere la creciente asistencia sanitaria. Sus defensores sostienen que se debe crear una nueva tecnología para salvar la situación.
El problema es especialmente grave en Francia, donde los hospitales se enfrentan en los últimos tiempos a una crisis con huelgas de los profesionales sanitarios que protestan por los recortes presupuestarios y la escasez de personal. El aumento de los suicidios de enfermeras y médicos ha acaparado los titulares, y el ministro de Sanidad francés reconoce que el sistema hospitalario está “perdiendo impulso”.
El reto reside en crear máquinas capaces de realizar trabajos más complejos. No es lo mismo levantarle el ánimo a un paciente con una canción que prestar atención sanitaria. De momento, el hospital francés, que adquirió el robot con la ayuda de una donación caritativa, solo pone en marcha a Zora algunas veces al mes.
En Australia, un hospital que tiene un robot del mismo modelo que Zora estudió su efecto en los pacientes y en el personal. Los investigadores descubrieron que mejoraba el estado de ánimo de algunos pacientes y les hacía participar más en las actividades, pero requería un importante soporte técnico. La experiencia del personal del hospital francés ha sido parecida.
A los miembros del personal de la residencia de Jouarre les sorprende el apego que los pacientes sienten por el robot. Mickaël Feret, un enfermero, señala que algunos de ellos sienten celos de otros porque pasan tiempo con Zora. Incluso algunos pacientes cuentan al robot intimidades sobre su salud que no compartirían con los médicos de carne y hueso. Por ejemplo, una anciana que tenía moratones en los brazos se negaba a confesarle al personal del hospital lo que había pasado, pero a Zora sí le contó que se había caído de la cama mientras dormía.
“Trae un poco de alegría a nuestras vidas aquí”, comentaba Marlène Simon, de 70 años, a la que le realizaron una traqueotomía y que lleva en el hospital más de un año. “La queremos, y la echo de menos cuando no la veo. Lo cierto es que pienso en ella bastante a menudo”.
Cuando estuvimos en Jouarre para contemplar cómo trabaja este enfermero robot había sido un día largo para Zora. El humanoide había estado visitando a los pacientes por separado por la mañana y luego le necesitaron para ayudar en los ejercicios de grupo y en otros quehaceres a lo largo del día. Agotador.
Al final de la jornada, le colocaron en la pequeña maleta donde pasa la noche, guardada en un armario en el despacho de la secretaria.
Se había quedado sin batería.
Traducción de News Clips.
© The New York Times 2019
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.