Ideología
Un viejo marxista, que guardaba en la memoria toda la rebeldía de un pasado revolucionario, era anteayer uno más en la cola de doña Manolita que esperaba comprar un décimo de la lotería de Navidad
Un viejo marxista, que guardaba en la memoria toda la rebeldía de un pasado revolucionario, era anteayer uno más en la larga cola de doña Manolita que esperaba comprar lotería de Navidad. Es la última ideología que le queda. Hace 40 años votó al Partido Comunista porque creía que una papeleta en la urna era la única arma que la democracia le entregaba para luchar por la igualdad y la justicia; luego, a lo largo de los años militó en diversas formaciones políticas para acomodar sus sueños a la realidad. La salvación del mundo podía esperar. Desde el socialismo y la socialdemocracia derivó hacia una derecha europeísta, pero tal vez por un fracaso amoroso o algún cargo que esperaba y no llegó o simplemente por la frustración que acompaña a la edad, el viejo marxista fue acogido con un cabreo existencial cada día más acrecentado contra sí mismo y el mundo entero, y sin darse cuenta se vio incendiando las redes y las tertulias con despropósitos, opiniones violentas e insultos a sus antiguos camaradas. Un día se declaró de extrema derecha, cosa que tampoco sació por completo su inquieto corazón y atormentado cerebro. Su nostalgia de los perdidos ideales de juventud, una vez podridos, lo ha devuelto a la España del No-Do y hoy es partidario de los huevos a la flamenca sobre la mesa, de la familia tradicional, de misa de doce los domingos seguida de aperitivo con gambas al ajillo, de encierros y corridas de toros, de belenes, procesiones, peinetas y mantillas de Jueves Santo, de cazuela de tordos en los bares de carretera, un rancio almanaque que comparte con su adicción a la lotería, a la Primitiva y a la Bonoloto, su última barricada. No se sabe hasta dónde le llevará la cólera contra su pasado a este viejo marxista, porque tampoco esta vez le ha tocado ni siquiera el reintegro en la lotería de Navidad.
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