Si la calle desmiente al despacho... ¡ay!
La factura política de la imagen Sánchez-Torra de este jueves la pagará, de entrada, el presidente del Gobierno. Se le pide mucho, se le exige más
Aunque el encuentro haya sido correcto, genera un coste. La factura política de la imagen Sánchez-Torra de este jueves la pagará, de entrada, el presidente del Gobierno.
Porque se le pide mucho. Se le exige más. Se le afea el mero hecho de hablar, olvidando que la democracia camina sobre la ley... y sobre el ágora, el intercambio.
En cambio, nadie adulto espera nada de Torra, aunque muchos querrían aspirar a que el president actuase como tal.
Ni siquiera los suyos. Los periodistas, que nos debemos al imperativo del off the record, podemos testificar que nunca ningún antecesor suyo generó tanta ira —y ninguneo— entre sus propios consellers.
Sea como sea, Torra, y sobre todo la Generalitat, se juegan en cambio mucho, por no decir todo, de las imágenes de hoy.
Si se registra algún incidente más o menos aislado, como ocurre cuando los grandes partidos de fútbol, no problem. Sin embargo, si se produce un susto serio, y serio es serio —ya nos entendemos—, entonces, otros que no son Sánchez lo pagarán.
Enseguida debajo de lo más grave figura el descontrol o el incendio de la calle. Si se cortan carreteras. Si se bloquean los accesos. Si se impide violentamente el trabajo. Si se paraliza artificialmente la ciudad. Si se pisotea a los demás ciudadanos.
Es decir, si una minoría transforma su legítimo derecho a manifestarse —que incluye solo la modalidad pacífica— en asedio violento a los derechos de todos, entonces tendremos un problema.
Sobre todo, quienes gritan “el carrer serà sempre nostre”, la renovación del lema “la calle es mía” favorito del Manuel Fraga transfranquista. Y no solo ellos: los de los CDR (Comités de Defensa de la República), amparados por la familia Torra.
No. También los que les calentaron pidiendo que apretasen (Quim Torra). Y los otros dirigentes indepes que practican la peor tradición esquiza del pujolismo. La de exhibirse con el Rey en el palco del Estadi Olímpic (Jordi Pujol) y al tiempo boicotean el himno y al jefe del Estado (sus chavales, y del corrupto secretario, Lluís Prenafeta).
Hoy son esos que reclaman respeto al Govern y patalean a las otras instituciones. Los que reclaman cumbres bilaterales e instan a abuchear a sus interlocutores. Los que califican de “provocación” celebrar aquí un Consejo de Ministros un 21-D... por ser el aniversario de las elecciones convocadas vía artículo 155. Las mismas de las que cuelga su legitimidad porque en ellas fueron elegidos al Parlament.
Y no valen excusas francesas. Le président no azuza a los chalecos amarillos. Les detiene. Si hoy pasa lo más grave, o lo siguiente en la escala del Richter desestabilizador, no será por incitación de los Mossos. Ellos, y su conseller, han demostrado que saben mantener el orden.
Si los arrinconan, la responsabilidad recaerá en la jefatura que tira la piedra y esconde la mano, y les desborda. Si eso ocurre, pagará las consecuencias: porque a una Generalitat que resultase incapaz de garantizar el orden público ¿a qué mantenerle esa delegación de competencia?
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