La división hace la fuerza
Las candidaturas afines logran sumar más votos por separado que en coalición
El resultado de los comicios andaluces ha confirmado la refutación de dos principios que parecían indiscutibles: que las elecciones se ganan desde el centro y que el sistema electoral penaliza la división de candidaturas. Pues contra pronóstico, el partido en el poder fue derrotado y el triunvirato de la derecha (PP, Ciudadanos y Vox) logró la mayoría compitiendo por separado. Lo que no debería sorprender, pues ya estábamos avisados por los comicios catalanes de hace casi un año, cuando el triunvirato secesionista (ERC, PDeCAT y CUP) se impuso al constitucionalista. Y no se trata de una excepción española, pues también en Italia el duunvirato populista (Lega y M5S) logró desbancar a la gran coalición socialcristiana. Signo de estos tiempos revueltos, cuando las tornas se invierten y la división hace la fuerza.
Lo cual parece algo irracional y contradictorio. En efecto, si se encuesta a la ciudadanía, se impone por amplia mayoría la preferencia por el orden y la estabilidad. Pero a la hora de votar triunfan las candidaturas más radicales y disruptivas, bloqueando la gobernanza. Es el caso presente del Reino Unido y España, que esta misma semana se enfrentan a sendos trances de ingobernabilidad. La premier Theresa May ha logrado con Bruselas el único acuerdo posible para evitar un Brexit caótico que arruinaría a europeos y británicos, pero sin embargo no puede aprobarlo en el Parlamento, cuyos miembros prefieren bloquearlo antes que transigir. Y también el premier español, que en su discurso del miércoles en el Congreso comparó la cuestión catalana con el Brexit, se enfrenta este viernes próximo a una prueba análoga, pues busca un diálogo conciliador que resulta airadamente rechazado por la común beligerancia de unionistas y secesionistas.
La explicación técnica de esta aparente paradoja es sencilla, pues se debe a las tasas diferenciales de participación electoral. En realidad, la ciudadanía es mayoritariamente moderada, pues la suma de grupos sociales radicalizados es muy reducida. Pero al convocarse los comicios, las candidaturas moderadas carecen de atractivo mediático y son incapaces de movilizar a sus seguidores, que se abstienen de votar en apreciable medida. Mientras que las candidaturas radicales son tan novedosas, visibles y exhibicionistas que logran activar el voto de propios y extraños. El resultado es que el moderantismo decae y el radicalismo asciende rampante. Lo que sirve para explicar no sólo el retroceso del centro y el ascenso de los extremos sino también que las candidaturas afines logren sumar más votos por separado que juntas en coalición. Pues cuando se presentan unidas lo hacen envueltas por el estilo desmovilizador del sector mayoritario, mientras que compitiendo entre sí se tiñen del activismo del radical. Y esto vale tanto para el triunvirato secesionista (ERC, PDeCAT y CUP) como para el conservador (PP, Ciudadanos y Vox) y el progresista (PSOE, Podemos e IU). Unidos por el muermo o separados por el ardor. He ahí el dilema.
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