Oportunistas de río revuelto
Denominar de manera precisa a fuerzas políticas que eclosionan en Europa provoca un encendido debate en las redes sobre la pertinencia, o la inconveniencia, de algunos epítetos
El ágora virtual en que vivimos genera convulsiones si el sujeto de discusión es tan polémico como el éxito de un partido de extrema derecha en unas elecciones autonómicas. De la panoplia de argumentos —si es que un razonamiento cabe en un trino—, uno de los más repetidos apunta a la contribución de los medios a la hora de incubar el huevo de la serpiente, alegación que explicaría por sí sola el resultado (y como si el silencio contribuyese puerilmente a deshacer los problemas y sus causas). La polémica sobre esta supuesta propaganda involuntaria ha resonado también en la cobertura de atentados de ETA o yihadistas.
Otros expresan una duda pertinente: ¿cómo llamarles? ¿Son fascistas o simplemente fachas, esa apócope cañí que reduce a figura casi folclórica la bestia parda? ¿Nazis, populistas, ultras? ¿Antisistema? Podrían barajarse más calificativos en la apresurada taxonomía de esta Internacional insurgente, pero tienden a la descalificación. A los socios menores del Gobierno búlgaro, entre ellos Ataka, con un ideario ultranacionalista, antiglobalización, euroescéptico y antislam apenas domeñado por su cuota de poder, se les acusa de reventar con botes de humo una manifestación de madres de discapacitados que pedían ayudas sociales, en una movilización inédita que ha puesto en jaque al Ejecutivo. Más despreciable ha sido la actuación del viceprimer ministro, también ultra, obligado a dimitir tras calificar a las mujeres de histéricas movidas por un ánimo de lucro a costa del sufrimiento de sus vástagos.
En una categoría superior, la de los violentos de toda laya, aparecen los matones (sic) de Aurora Dorada, tercera fuerza parlamentaria griega y una incógnita en las próximas elecciones, las primeras tras la eclosión de la crisis migratoria en 2015 y el confinamiento en territorio heleno de decenas de miles de extranjeros. Desde entonces, su cúpula es juzgada por asociación criminal y el asesinato de un rapero antifascista por uno de sus militantes, crimen del que la dirigencia era conocedora. A otro correligionario le salpica estos días el homicidio de un aparcero albanés en Corfú, en una discusión por Macedonia. Ellos se denominan “nacionalistas griegos”, pero su naturaleza virulenta, tan afín al hooliganismo, los retrata.
El de AD no es el único caso de disimulo o travestismo nominal, pues el carácter camaleónico —el disfraz del oportunismo— define este fenómeno. Sobre Alternativa para Alemania, la Liga italiana o el Frente Nacional francés, rebautizado Reagrupación Nacional para blanquear toda rémora ideológica, no es necesario explayarse: llenan las calles, como demuestra la movilización de los chalecos amarillos, que responde en parte a algunas consignas de Le Pen. Seguro que la inmensa mayoría de los manifestantes no son fascistas, pero sus agitadores son oportunistas de río revuelto, parásitos de la crisis sistémica que vivimos; en una palabra, sí, fascistas.
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