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Columna
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América para los americanos, otra vez

Brasil y México van camino de replegarse en sí mismos, atendiendo, sobre todo, a un vecino del norte poderoso y caprichoso

Cristina Manzano
López Obrador habla al Ejército como presidente electo el pasado 25 de noviembre.
López Obrador habla al Ejército como presidente electo el pasado 25 de noviembre. REUTERS

El 1 de diciembre Andrés Manuel López Obrador (AMLO) tomará posesión como presidente de México. El 1 de enero, Jair Bolsonaro lo hará como presidente de Brasil. Tras unos largos meses de frenética actividad electoral en América Latina, los dos mayores países de la región inician un camino político hasta ahora desconocido.

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Los dos nuevos hombres fuertes del continente están en las antípodas ideológicas. El primero, representante de una izquierda viejuna teñida de autoritarismo; el segundo, de una ultraderecha militarista y evangélica. Sin embargo, además del populismo como modo de estar en política, ambos comparten algunos puntos que pueden ser críticos para el futuro. Para empezar, ninguno tiene demasiado interés en la política exterior. Para AMLO, “la mejor política exterior es una política interior fuerte”. Algo parecido opina Bolsonaro. Es cierto que los enormes desafíos a los que se enfrentan ambos países —desarrollo económico, desigualdad, seguridad, violencia, corrupción— requieren un esfuerzo descomunal. Pero también lo es que siendo los dos gigantes geográficos, demográficos, energéticos y humanos cabría esperar de ellos un peso determinante en las cuestiones regionales y globales.

México lleva años inmerso en su propia espiral de la guerra contra el narco; un tiempo en el que Brasil se ha erigido como potencia de un Sur global que reclamaba su espacio en el cambiante orden internacional. Está por ver si aspira a seguir desempeñando ese papel.

Otro punto en común de ambos líderes es su obsesión por Donald Trump, por motivos muy distintos, eso sí. Para AMLO será la bestia negra con la que tendrá que desplegar su mejor pragmatismo para lidiar con cuestiones tan espinosas pero existenciales como la migración o el comercio. Para Bolsonaro, es el espejo en el que se mira y con el que sueña formar un eje ultraconservador que recorra el continente.

Por último, tanto AMLO como Bolsonaro comparten desinterés por el multilateralismo. ¿Cómo evolucionará la Alianza del Pacífico —una iniciativa de integración regional entre México, Colombia, Perú y Chile— con gobiernos tan alejados ideológicamente? Más dudas aún se ciernen sobre las organizaciones sudamericanas, Unasur y Mercosur, con un Brasil en retirada que cuestiona además el sistema de Naciones Unidas.

La previsible ausencia de América Latina de las cosas del mundo es una mala noticia. Con sus reservas de recursos naturales, con una población joven y con un enorme potencial, la región debería participar activamente en los principales debates y en la búsqueda de soluciones globales, desde la desigualdad hasta el cambio climático, desde los modelos de crecimiento sostenible hasta el futuro de la educación. Y, sin embargo, parece que sus dos grandes potencias van camino de replegarse en sí mismas, atendiendo, sobre todo, a un vecino del norte poderoso y caprichoso. América, de nuevo, para los americanos.

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