_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

El presidente ruso juega al go

La doble ilegalidad en la que ha incurrido Putin, contra el derecho del mar y contra los tratados con Ucrania, se basa en una ilegalidad anterior como fue la anexión de Crimea

Lluís Bassets
Un carguero ruso bloquea este domingo el paso de barcos en el estrecho de Kerch, debajo del puente que conecta Rusia con Crimea.
Un carguero ruso bloquea este domingo el paso de barcos en el estrecho de Kerch, debajo del puente que conecta Rusia con Crimea. PAVEL REBROV (Reuters)

Rusia es una enorme potencia ajedrecista, pero su presidente, Vladímir Putin, acaba de demostrar su talento en el juego chino del go, donde la victoria se obtiene por un lento ahogamiento estratégico del adversario, mediante la ocupación y la conexión de espacios. Así ha caído Crimea, en una partida que empezó en 2014, cuando un misterioso ejército de hombrecillos vestidos de verde, sin galones, ni banderas, echó a la policía y a los militares ucranios de la península, y permitió la súbita organización de un referéndum de anexión a Rusia.

Más información
Rusia cierra el estrecho de Kerch tras un incidente naval con Ucrania
Editorial | Tensión en el Este

El golpe de 2014 fue incompleto. Crimea quedaba como un exclave de Rusia sin continuidad territorial y rodeado de aguas territoriales ajenas. Faltaban dos jugadas más para el pleno control geopolítico de la disputada península. La primera fue la construcción del puente sobre el estrecho de Kerch, que separa la península de la región rusa de Krasnodar y abre paso al mar interior de Azov, compartido por Ucrania y Rusia. Con la nueva infraestructura, de 19 kilómetros, un coste de más de 3.600 millones de dólares y construida a toda prisa en dos años, Putin aseguraba dos cosas: la conexión terrestre y la limitación del paso del estrecho, ahora mucho más fácil de cerrar y controlar.

La segunda jugada acaba de producirse, cuando Rusia ha cerrado el canal de navegación con un enorme carguero atravesado y ha impedido el paso e incluso atacado a los pequeños buques de la débil marina ucrania. Ucrania ya puede dar por perdido el control soberano de su costa del mar de Azov y de los puertos industriales de Mariúpol y Berdyansk, vecinos de Donetsk, una de las dos regiones rebeldes prorrusas en la cuenca ucrania del Donbás.

La doble ilegalidad en la que ha incurrido Rusia, contra el derecho del mar y contra los tratados con Ucrania, que garantizan el libre acceso civil y militar de Kiev al mar de Azov, se basa en una ilegalidad anterior, la anexión de Crimea. Rusia cuenta con otro exclave en territorio ucranio, en este caso un Estado prorruso no reconocido internacionalmente como Transdniéster, fruto de la secesión de Moldavia, que permitiría una jugada similar —ocupación y conexión— con la que Ucrania vería amenazada la costa que todavía tiene en el mar Negro y la ciudad de Odesa, apetecida por el nacionalismo ruso casi con tanta glotonería como Sebastopol.

Para seguir jugando al go, ocupar y conectar, Moscú cuenta con seis territorios prorrusos y Estados no reconocidos, fruto de secesiones unilaterales: tres regiones ucranias (Donetsk, Lugansk y Crimea), otra moldava (Transdniéster), una azerí (Nagorno-Karabaj) y otra georgiana (Osetia del Sur). A partir de estas casillas, a las que cabe sumar el exclave ruso de Kaliningrado, entre Lituania y Polonia, Putin puede seguir albergando el sueño de recuperar lo perdido en “la mayor catástrofe política del siglo XX”, según él mismo calificó la desaparición de la Unión Soviética. Aunque cabe considerar el paso actual como la culminación de la anexión de Crimea, no deja de ser también una advertencia.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_