Lo que pensamos hoy La Torre Eiffel, ese icono. Convertida en la postal parisina por antonomasia, durante un fin de semana parisino casi nos daría vergüenza publicar en nuestras redes sociales una fotografía frente a ella salvo que albergáramos intención irónica. Y más allá de eso es una soberbia obra de ingeniería, además del reflejo material de una nueva sociedad basada en la industria y el capital, que encontraba su espejo perfecto en una torre levantada a base de vigas metálicas.
Lo que dijeron entonces En su día horrorizó a una mayoría acostumbrada a los ampulosos edificios de estilo historicista y Beaux-Arts, que no veía aquí más que un mamotreto de aspecto inacabado, un gigantesco andamio que arruinaba la belleza del París señorial. Un grupo de escritores y artistas, entre los que se encontraban los pompiers Bouguereau y Messonier y el músico Charles Gounod, publicaron en 1887, a los pocos días de iniciada su construcción, una carta de protesta en la que se llamaba al nuevo edificio “la deshonra de París”, y pronosticaba que todos los extranjeros que visitaran la ciudad iban a burlarse de Francia entera ante aquel “horror que los franceses han encontrado para darnos una idea de su gusto tan alabado”.