Joaquín Sabina: “Me jodió mucho el gatillazo en Madrid”
Sigue harto del rap, no le gusta envejecer y aún le duele su último concierto: se quedó mudó y abandonó el escenario. Al borde de los setenta, el artista se sirve un tequila y habla de juergas, drogas y mariachis.
Entra Joaquín Sabina en la estancia, con un vaso largo de chupito en la mano, lleno de tequila, y la mirada oscura de quien ha visto el otro lado. Su voz, más que una voz, parece el ronroneo de un tubo de escape. Ofrece tequila y café. Son las 17.30. Y asegura que esta bebida es el mejor bálsamo para los músicos: no hay más que fijarse en los mariachis y su capacidad para trotar día y noche; también le da por recordar uno de sus oficios cuando huyó de joven a Londres: fue maquillador de muertos. Describe un movimiento breve con la mano, así pasaba el peinecito a los cadáveres. Luego se esfuma para hacerse el retrato que precede estas páginas, mientras un gato llamado Elvis hunde su hocico en el tequila que ha quedado en la mesilla. El vaso es una calavera de cristal.
Un rato después, el artista, de 69 años, reaparece en el salón de su dúplex de Madrid. Se apoltrona en el sillón de cuero, “el de patriarca”, y enciende un pitillo. A su derecha se ven una decena de estatuillas religiosas; a su espalda, un piano y una guitarra. Por el rabillo del ojo, él controla el traje de luces que le regaló el torero José Tomás.
¿Qué le parece la música de hoy? No sé si soy una voz autorizada porque oigo poca música y no estoy al tanto. Y a veces, como todos los viejos, reacciono contra lo nuevo. Me decepcionó mucho el rap, que se ha ido convirtiendo con los años en poesía de analfabeto y para analfabeto que habla fundamentalmente de quién la tiene más larga. Ahora pones la radio y es un desastre su maléfica influencia. Cualquiera cree que puede rimar y versificar.
¿Y los cambios en la industria? Ya no hay que hacer ese peregrinaje terrible por las discográficas para que te publiquen; en tu casa, con muy pocos aparatos, puedes hacer unos discos cojonudos y mandarlos a Internet. Eso me parece una gran noticia. Lo que ocurre es que son medios demasiado potentes para la falta de talento individual que uno ve. Pero supongo que eso ha pasado siempre. En cualquier caso, soy un tipo que no es que no tenga Internet. No tengo ni teléfono. Soy una especie de hombre de las cavernas. No sé lo que son las redes sociales. Creo además que, si hay algo importante, acaba saliendo en la prensa. Es la única costumbre que tengo: paso dos horas diarias con la prensa.
“Es un desastre la maléfica influencia del rap. Cualquiera cree que puede rimar y versificar”
¿A qué dedica su tiempo? Estos días estoy calentándome la cabeza para… como me he puesto un lugar [ha reformado un apartamento en el mismo edificio] solo para trabajar y no oír cosas domésticas ni nada, pues estoy mentalizándome para empezar este lunes.
¿Siempre empieza un lunes? Funciono así. Nunca he sido de costumbres, sino de rachas. Puedo pasar un par de años sin subirme al escenario y sin echarlo de menos. A mí me sacude más la necesidad de escribir. Y lo que hago todos los días: leo siempre un par de horas. Incluso más en las giras, porque, como mi voz está como está, entre concierto y concierto estoy mudo. Mudo quiere decir mudo. Sin hablar. Entonces, ¿qué hago para no pegarme un tiro? Leer. Me entero bien de la política de los sitios donde estoy, leo las últimas novedades, a los poetas viejos que aún no había conseguido. La borrachera del último día se la puede imaginar.
Me ha recordado su último concierto en Madrid. Abandonó el escenario porque se quedó sin voz. Yo sabía que estaba engañando a la gente que había pagado y que me estaba viendo en unas condiciones que no se merecían. No puedo hacer eso. No lo pude hacer nunca. Por eso esa maldita leyenda de que lo he hecho más de una vez. Lo he hecho más de una vez, pero mi primo y maestro Serrat este año lo ha hecho varias veces y no ha salido ni en la prensa: suspendo porque estoy afónico y ya está.
¿Le fastidia que salga en la prensa? Me fastidia la leyenda, porque no he sido tan informal. Este año, por ejemplo, he dado 80 conciertos en 12 países. Me jodió mucho que el gatillazo fuera justo en Madrid. Siempre me pasa.
¿Por qué? Supongo que me agarrota el nervio y eso influye. Y con los años, y eso te lo dirán todos, no es cosa mía, es mucho peor. De joven no eres consciente de que tienes una responsabilidad con el público, y eso funciona muy bien. Pero cuando vas sabiendo que han salido de su casa, se han gastado un dinero que no tienen en comprar una entrada que es cara y han ido y te aman… Buf, es mucho más jodido.
Antes de suspender, dijo desde el escenario: “Envejecer es una puta mierda”. Estamos hartos de que la gente diga que es estupendo envejecer. Váyase usted a la mierda. ¿Quién quiere ser viejo? Nadie.
De pronto, Sabina se percata de los vasos vacíos y grita: “¡Jime! ¡El periodista es un borracho, quiere un tequila y yo también para no dejarlo solo!”. Aparece Jimena Coronado, su pareja desde hace dos décadas y con quien convive, y le recrimina: “Joaquinito, me conozco todos tus trucos”. Pero rellena los vasos, y Sabina lo celebra: “Es una bebida maravillosa”. Le comento otra entrevista bien regada que hice hace tiempo con el músico Fito Cabrales. Responde: “Fito es un tipo cojonudo. Hay cosas que le envidio mucho; por ejemplo, que se criara poniendo copas en un bar de putas, siempre se lo digo. Y él responde: ‘¡Por qué me envidias eso, si era una mierda!’. Y digo: ‘Hombre, porque es el mejor terreno para escribir canciones”.
Usted ha maquillado cadáveres, tampoco está mal. Por eso no se lo he contado nunca a un periodista, porque van a decir: este se está tirando el moco del malditismo. Lo quiero mucho a Fito. Iba a cantar con él, pero lo dejé tirado porque era a la semana del gatillazo en Madrid.
En su caso, me ofreció pacharán. ¿Pacharán? Pero eso es bebida de solteronas. No me jodas.
Él no bebía, porque tuvo sus problemas… Estuvo muy malo con la bebida y la coca. Ahora está muy bien. Y lo lleva bastante a rajatabla. Se fuma un cigarrillo y se toma una copa sin problemas, pero tuvo años malos.
Fue sobre todo al componer Lo más lejos a tu lado (2003), pasaba días sin dormir. Creo que a usted le sucedió lo mismo con… 19 días y 500 noches. Al acabar el disco me quité de la coca. Un día en Marrakech dije: “Se acabó”. Y se acabó. Pero en 19 días… me estaba tres días sin dormir con un verso. Siempre digo que no sirvo de ejemplo a las madres de los drogadictos, porque dije hasta aquí y no tuve ni que internarme. Además, soy monógamo, pero no fundamentalista: si después de una gira un pipa me invita, me tomo una raya sin problemas. Eso sucede no más de tres o cuatro veces al año. No me he vuelto antinada.
Hombre, si se puede controlar… Es que yo creo que la coca que tomábamos en esa época era cal de las paredes, porque algún día me la tomé en Colombia y me dio vuelta la cabeza, cosa que no pasó aquí.
Fito me habló de un viaje a Cuba que ni recordaba. Esa frase que se dice aquí es muy verdadera: si te acuerdas de lo que hiciste en los ochenta es que no los viviste. Tengo zonas completamente borradas. El otro día me contó un amigo, otro cantante que solía estar por aquí cuando medio Madrid tenía las llaves de mi casa, que un día vino el cobrador del frac. Me lo demostró con pruebas. No me acuerdo en absoluto; no me acuerdo de novias de esa época. ¿Sabes el Atahualpa Yupanqui? Que era muy cabrón, muy mala persona y tiene una anécdota genial. Está en un aeropuerto y viene una chica estupenda y le dice: “Don Ata, ¿no se acuerda usted de mí?”. Don Ata la mira así. “¿No se acuerda de aquel viaje que hicimos, aquellas noches maravillosas?”. Y dice Don Ata: “Qué sé yo. ¡Uno ha cogido tanto!”. Ja, ja, el cabrón. Es fantástico.
“Estoy harto de que se diga lo estupendo que es envejecer. ¿Quién quiere ser viejo? Nadie”
Habla de Atahualpa. ¿Quiénes han sido sus influencias? Si quiere saber mis santos: Dylan y Cohen, en el lado del anglosajón; como intérprete, Billie Holiday; en el lado francés, Brassens; en el español, José Alfredo Jiménez y Goyeneche, un cantante de tangos; el más grande: Serrat; le tengo enorme respeto a Paco Ibáñez, que nos dio a conocer la mejor poesía española con voz de cabra. Silvio Rodríguez, Pablo Milanés y Juan Luis Guerra, que puso a bailar a las gordas europeas que no sabían que tenían caderas. Y el panameño de la salsa, Rubén Blades. En Argentina, 30 años después del tango, Charly García. Pero escucharía a Dylan, a Brassens y a Cohen toda la vida. No encuentro al Dylan ni al Cohen actual de 20 años.
Habrá alguien de hoy. Me interesan Leyva y Vanesa Martín, a quienes he conocido aquí tocando la guitarra y cantando. Y están pasando cosas en el flamenco, desde Rosalía hasta Poveda. Ah, y un cantante amigo mío, al que me traje de Uruguay, Jorge Drexler. Del indie me gusta Vetusta Morla, aunque sus letras siguen siendo muy oscuras.
Hay bastante de América Latina. ¿Qué se trae cuando regresa de allí? El corazón inflamado. Allí se ha construido una especie de culto. No me gusta la palabra, pero pasa. Y, claro, para un tipo que lo único que quiere es comunicarse con la gente en su idioma, pues da muchísimo gusto. Un tipo, cuidado, que tiene 70 años ya.
¿No son 69? Celebré los 70 el otro día. Porque José Tomás, mi amigo el torero, está tan enamorado como yo de José Alfredo y se trajo el mejor mariachi de México. Me lo regaló e invité a todos mis amigos aquí en Casa Patas. Por si no llegaba a mi cumpleaños, dije: voy a aprovechar este mariachi.
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