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Tribuna
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El jugador

Pedro Sánchez aspira a ser la única alternativa razonable frente a un bloque reaccionario formado por PP, Ciudadanos y Vox

Antonio Elorza
Pedro Sánchez con Isabel Celáa y Magdalena Valerio durante la celebración del encuentro +Futuro +Progreso: +FP.
Pedro Sánchez con Isabel Celáa y Magdalena Valerio durante la celebración del encuentro +Futuro +Progreso: +FP. Marta Fernández Jara (Europa Press)

En política, la habilidad táctica suele ir acompañada de escasa consistencia a la hora de perseguir unos objetivos generales. Es lo que se llamaba en tiempos “oportunismo” y que ahora se cubre casi siempre con la etiqueta de “pragmatismo”. Paralelamente, el peso creciente del marketingha dado lugar a un ascenso de la personalización, de manera que cada marca política tiende a buscar la identificación con un personaje que a su vez es invitado a contemplarse como propietario único de aquella. Pablo Iglesias aquí y Matteo Renzi en Italia son buenos ejemplos.

En el marco de esa tendencia general, los casos tienden a ser singulares. Pedro Sánchez ofrece una variante, orientada a alcanzar el éxito a medio plazo, donde se conjugan el valor de la tenacidad, de sobra probado tanto en su lucha por el liderazgo en el PSOE como en el período de Gobierno, con una cabeza aparentemente descargada de ideas propias, abierta si hace falta a las contradicciones.

Este déficit es compensado con la eficacia de su gabinete de marketing que le guía puntualmente para hacer atractivas sus propuestas ante la opinión pública, y rechazar las críticas y descalificaciones que le dirigen sus adversarios. O para sugerir cuando conviene giros significativos, tales como el tránsito de rebelión a sedición o la actitud ante la Generalitat. Es un ejercicio permanente de modulación de los mensajes. Y de sentido de la oportunidad, apreciable en la jugada magistral mediante la cual capitalizó la crisis de las hipotecas. Sin olvidar cómo recuperó en parte los errores del tema Gibraltar.

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La escena política se convierte así en una mesa de juego, que por la complejidad de los problemas alberga ahora tres partidas. Tal vez hasta hace poco la menos importante fuera la jugada con un aliado (Podemos) que busca maximizar sus ventajas, con su tradicional propensión antisistémica (caza al Rey, doble juego sobre Cataluña). Y que construía su propia imagen a costa del aliado.

El presidente del Gobierno hace un ejercicio permanente de modulación de los mensajes con giros sobre Cataluña o Gibraltar

La primera y decisiva partida es sin duda aquella donde tiene lugar el enfrentamiento con los desplazados del poder por la moción de censura, y ahí Sánchez cuenta en principio con los intereses de quienes eran en principio sus aliados contra natura, nada deseosos del regreso del PP. Más las concesiones económicas. Todo sometido al marasmo provocado por Torra y los CDR, que favorece la ofensiva del frente por el 155.

La partida central presentaba hasta el voto andaluz más obstáculos. Aun cuando el diálogo le prestigió ante la opinión frente a Rajoy, e incluso creó problemas en el frente independentista, fue al precio de tolerar la continuidad de la presión generada desde el Govern y su base social de masas. No hay en este campo acuerdo previsible. Y en el constitucionalismo falta la más mínima cohesión. Tenemos una guerra abierta. Sánchez/Iceta ignoraron a Ciudadanos, pero con el frente del 155 nada hay que hacer.

Una vez cerrada desde el independentismo la vía federal, y por encima de profundas divergencias, avanzan dos procesos convergentes. Las corrientes separatistas, sabedoras de su fracaso en 2017, logran vender la falacia de que lo del 27-O fue un simple acto simbólico. Confían además en que Estrasburgo anulará unas eventuales condenas españolas por rebelión. Y subsiste el objetivo de autodeterminación, en una sociedad sometida a un riguroso totalitarismo horizontal, desde el Govern a TV-3. Frente a ello, Sánchez solo ofrece concesiones, susceptibles de desembocar en un Estado dual, disfrazado de federalismo asimétrico.

En Andalucía se desvanecieron las expectativas continuistas y queda de manifiesto que la actitud conciliadora ante el independentismo catalán, más el desgaste de Susana Díaz, han provocado el viraje conservador. El juego se perdió, si bien el desenlace aún no está claro. El PSOE puede solo reivindicar su presencia como partido ampliamente más votado ante el triunfalismo de Casado y Rivera, de dudoso espíritu constitucional, teniendo a Vox como socio. De ahí que Ciudadanos haya percibido el peligro de desnaturalización. Si son tan derechistas como el PP (más Vox), ¿por qué votarles?

Despunta la amalgama que denunciaba el PSOE y Sánchez la esgrimirá, de formar PP-C’s-Vox un tripartito andaluz, mirando a las generales. Sánchez sería la única alternativa razonable frente a un bloque estrictamente reaccionario. Y otra vez ha jugado bien, logrando ganar tiempo con la presentación de los Presupuestos, en cuyo debate su eliminación implicaría puertas abiertas al poder de una derecha revanchista. Un Podemos pendular puede optar por ayudarle.

Y el 21-D, partida singular de sumo riesgo: billar a tres bandas (afirmación, concordia, resistencia).

Antonio Elorza es profesor de Ciencia Política.

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