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Columna
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Estados Unidos es mucho más que Trump

El presidente deberá aprender que EE UU es un gobierno de leyes y no de personas

Francisco G. Basterra
Protesta en Nueva York contra el presidente de EE UU, Donald Trump, tras la renuncia forzada del fiscal general Jeff Sessions, el pasado 8 de noviembre.
Protesta en Nueva York contra el presidente de EE UU, Donald Trump, tras la renuncia forzada del fiscal general Jeff Sessions, el pasado 8 de noviembre. EDUARDO MUNOZ ALVAREZ (AFP)

 En época de líderes fuertes y nacionalpopulismos corremos el peligro de confundir a los países con sus dirigentes. Los países permanecen y los líderes cambian. Las recientes elecciones legislativas en la primera potencia mundial nos ilustran sobre este error. Estados Unidos es algo más, mucho más, que Trump, como Brasil, más que Bolsonaro, o Rusia, más que Putin.

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El 6N los demócratas se hicieron con la Cámara de Representantes, propiciando el contrapeso del legislativo y el control de la presidencia, acabando con dos años de monopolio de Trump. Los republicanos consolidaron, sin embargo, su dominio del Senado alumbrando un Gobierno dividido, para una América partida en dos. Regresa el contrapoder constitucional al legislativo y con él la posibilidad de limitar los excesos de un presidente excéntrico y alérgico a cualquier control. Trump, por muy excesivo que sea su nacionalpopulismo, no puede llevar a la mayor democracia del mundo a la autocracia.

El resultado prueba que la elección del magnate de la construcción en 2016 no fue un accidente. Trump conserva una base electoral sólida, sobre todo en el inmenso centro del país. Granero de votos alimentados por su defensa racista de la cada vez más declinante mayoría blanca, la América primero como patrimonio de la identidad única. Cuyo favor refuerza también por su desmedida política antinmigración.

Los demócratas mejoran resultados con la suma de identidades, la vuelta al edredón de retazos multicolor, que representa mejor la identidad múltiple de EE UU hoy. Joseph J. Ellis, historiador de la presidencia, reflexiona sobre el gran problema de EE UU: intentamos hacer lo que ningún país ha hecho antes, crear una sociedad auténticamente multirracial en una enorme nación de 325 millones de habitantes. El Partido Demócrata se hace fuerte en las metrópolis de la América urbana y sus suburbios, que no significan lo que los nuestros, sino barrios que acogen a profesionales de rentas medias y altas.

Sin un rechazo masivo a Trump, que no se ha producido, se hace difícil creer que el polarizador en jefe cambie de tono y de políticas. Pero deberá aprender que EE UU es un gobierno de leyes y no de personas. Y que EE UU y su Constitución son mucho más que Trump. Ayer, en Francia, donde asistió al centenario del Armisticio de la Primera Guerra Mundial, junto a los líderes europeos, recibió su primera lección de historia: el nacionalismo es la guerra.

fgbasterra@gmail.com

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